Jesús Luis Fernández Fernández
Abogado

Modernas y extrañas celebraciones

Aunque ya pasaron, como volverán, quiero referirme a algunas celebraciones que hacemos, antiguas y modernas a la vez: Halloween (antes, día de difuntos), Santos Inocentes y día de Reyes.

Cuando llega el mes de noviembre y con él Halloween me sigo sorprendiendo –cada año más si cabe– de esta celebración que se ha introducido en nuestra sociedad. Me sorprende muchísimo ver cómo en escuelas, establecimientos comerciales, etc., se cuelan los disfraces de fantasmas y demonios así como otros elementos propios de Halloween: calabazas, telas de araña y grupos de niños disfrazados pidiendo truco o trato. Mi estupefacción llega al límite cuando acudo al supermercado y me encuentro la pescadería invadida por parafernalia propia de esta celebración: telarañas –entiendo que artificiales– y, descolgándose por ellas, varias tarántulas de gran tamaño aproximándose a los pescados expuestos, que las miran con indiferencia. Y digo yo, ¿Qué nos está pasando? ¿Qué necesidad tenemos de todo esto?

Acabo planteándome qué es o qué celebramos el día de difuntos. Y entiendo que debería ser un momento de reflexión sobre lo temporal que es nuestro cuerpo –que no la vida, que ya era antes de habitar este cuerpo y continuará cuando este se acabe–. Momento también de reconocer a quienes ya han dejado el cuerpo, especialmente a nuestros antepasados. Entiendo que esto es lo importante de este día: honrar, reconocer y agradecer a nuestros padres, abuelos, bisabuelos, etc. que gracias a ellos estamos aquí. Y aunque en ocasiones nuestra relación con nuestro padre, con nuestra madre o con otro antepasado no sea armoniosa, lo que corresponde es honrarles en vez de juzgarles. Pues ellos nos dieron la vida y la mantuvieron. Agradecerles, incluso en aquellos casos en que nos parece que no lo han hecho bien o que no han estado presentes. Ellos nos dieron la vida, que es lo más grande que se puede dar en la tierra, y nosotros se lo agradecemos, sin juzgarles.

En nuestro calendario, el 28 de diciembre aparece como el día de los santos inocentes. Día que recuerda, conforme a la tradición cristiana, la matanza de niños recién nacidos ordenada por Herodes con la intención de deshacerse de Jesús. Aquí y ahora, ese día se mantiene la costumbre de gastar bromas y dar información confusa. Y yo me pregunto: ¿Qué tendrá que ver aquello que se dice que ocurrió en Belén hace dos mil años con lo que ahora se celebra cada 28 de diciembre? El trasfondo de todo ello –y sobre lo que creo merece la pena reflexionar– es la aparente confusión que mostramos cuando, en el aniversario de unos hechos que se pueden definir como luctuosos, venimos haciendo una celebración basada en la broma y la confusión. No es que le vea gravedad a la celebración actual, pero sí muestra cómo o por dónde andamos. Y eso sí que me parece que merece una mirada y una reflexión.

Finalmente, como tercera muestra de celebraciones sobre las que meditar, me llama la atención la del día de Reyes. Día en que se recuerda que tras el nacimiento de Jesús en Belén acudieron «unos magos llegados de oriente», quienes «reconociéndole como Rey de los Judíos, ofrecieron a Jesús oro, incienso y mirra». La conmemoración de aquellos hechos se ha trasformado en nuestra actual celebración de Reyes, y respecto de la que quiero hacer la siguiente reflexión. Jesús no pidió, ni tampoco necesitaba, ningún tipo de reconocimiento o regalo. Lo que él era –y también lo que cada uno de nosotros somos– no necesita de ningún regalo o reconocimiento, pues ya era todo lo que se podía ser, un hijo de la Fuente, y de la misma energía de luz y amor que aquél. Tampoco nosotros necesitamos de lo externo para ser lo que ya somos.

Decía que Jesús no pidió aquellos presentes pero los aceptó, los tomó. Hoy en día, en las fechas previas al día 6 de enero, hay un gran movimiento –un terremoto, podríamos decir– relacionado con los regalos que nos hacemos en esas fechas. Niños y niñas, piden e incluso exigen uno o varios regalos. Hemos pasado del recibir al exigir. Cuando recibimos lo que nos dan, lo tomamos y después lo agradecemos de corazón, es equilibrado y armonioso. Sin embargo, cuando complacemos las exigencias de los niños –o de mayores– dándoles todo o casi todo lo que caprichosamente piden, estamos aceptando una dinámica que tan sólo aporta desorden y confusión, y apenas la felicidad que se supone buscamos al hacer o recibir regalos.

Los regalos, y también las cosas importantes de la vida, no se exigen sino que se reciben y se toman. El hecho de tomar es lo fundamental. Por ello, si recibimos cosas y no las tomamos, es decir, si internamente no las sentimos y agradecemos, poco o nada nos aportan. Al contrario, aumentarán nuestra insatisfacción y vacío.

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