Josu Tellabide
Etnólogo

¿Tiempos olvidados?

Recién transcurrida la Aste Nagusia donostiarra, el autor hace un recorrido histórico por la celebración de diferentes fiestas en la capital guipuzcoana desde comienzos del siglo XX. Concluye con una crítica por la pérdida del carácter popular de las fiestas para dar preferencia a la diversión de turistas y visitantes.

Los adultos vemos cómo las fiestas, al igual que las costumbres, han evolucionado en nuestra ciudad. Después de «ser educados» en las escuelas franquistas públicas y religiosas (de frailes, monjas… en castellano, pues la lengua vasca estaba prohibida) nos hicimos jóvenes y aprendimos a disfrutar de las fiestas. Salvo una minoría que pertenecía a las juventudes del régimen, la mayor parte vivíamos al margen de los medios de «comunicación», de propaganda del régimen de entonces (y de ahora): ‘La Voz de España’, ‘Unidad’, ‘El Diario Vasco’; las radios, etc.

A través de la lectura de escritores y cronistas donostiarras, como Eugenio Gabilondo “Calei-Cale”, entre otros, y gracias a lo que ellos escribieron, supimos y sabemos que en nuestra  ciudad, desde tiempos antiguos, los «herrikosemes» donostiarras celebraban famosas fiestas que se desarrollaban entre el 20 de enero y los carnavales. La fiesta más destacable, diversión estrella, era la Sokamuturra, y no la Tamborrada como es actualmente, según nos explica muy bien Dionisio Azkue «Dunixi».

La Sokamuturra merece un artículo aparte; la misma se prohibió a primeros del siglo XX pues, al parecer, molestaba a los veraneantes (madrileños casi todos ellos) y «touristas» (palabra francesa que designa a la persona que viaja por placer). Muchos dicen que no es una diversión ética, aunque otros piensan que se trata únicamente de jugar con el animal sin hacerle daño, cosa muy distinta de las corridas de toros, una salvajada en donde se trata de torturar y asesinar al animal. Corridas que, por cierto, los actuales mandamases pretenden recuperar para vergüenza de una ciudad que se tiene por culta.

Al igual que la Sokamuturra, más tarde también los carnavales fueron prohibidos por los mandamases, que no pueden consentir que la gente se divierta sin que ellos la controlen. Y a fe que controlaron las fiestas pues, después del golpe de estado que dieron en 1936, y como consecuencia de la posterior guerra y represión desatada, la barbarie fanática se hizo dueña de la ciudad, la devolvieron a la época medieval y se vivieron largas décadas en que el miedo se impuso en la sociedad donostiarra.

La única fiesta heredera del antiguo carnaval que nos quedó es la Tamborrada que, al igual que los Caldereros, Jardineros, Inudes y Artzaias...  proviene de una comparsa que tiene su origen en el carnaval. Por cierto, la Tamborrada está cada vez más masificada y se está al mismo tiempo militarizando y convirtiéndose en espectáculo y exhibición en muchos casos, con el ridículo empaque militar de muchos «tambores mayores» que van a la cabeza de la comparsa (que no es otra cosa), las «cantineras» o «reinas» con las banderas, con sus cabos, gastadores desfilando, compañías de tambores y cocineros…, cuando en su origen no eran más que un grupo de bromistas que participaban del carnaval tocando el tambor sin guardar orden. Menos mal que todavía las comparsas de Caldereros mantienen ese cierto desorden.

En Donostia se mantiene el nombre de «tambor mayor», sin embargo, en «los alardes» de Irun y Hondarribia, en los que se celebran las victorias de Castilla contra Nafarroa y su aliado el «francés», se le llama nada menos que «general».

El militarismo no admite bromas, su cometido es sojuzgar y matar al enemigo de su jefe, patrón, rey o dueño.

En cuanto a la Semana Grande fue inventada para «vestir» las corridas de toros, pensando en la diversión no de los donostiarras, sino de los veraneantes que venían de Madrid y de los anteriormente citados «touristas» aparecidos más tarde.

La carencia de fiestas auténticamente populares en verano ha dado origen por ejemplo a los Piratas, que es una iniciativa de hace pocos años, de grupos de jóvenes donostiarras de cultura vasca, que se ha desarrollado masivamente y que entronca con las fiestas y costumbres anteriores de la ciudad, a pesar del boicot de los citados mandamases, que siempre se creen dueños y señores de la ciudad. Pues también hoy día siguen controlando por medio de sus periódicos y televisiones desde los espectáculos futbolísticos y fiestas hasta las esquelas de los difuntos.
 
Hay que citar también el nuevo espectáculo que, desde hace unos años, pretende recordar la destrucción y exterminio perpetrados el 31 de agosto de 1813 en la ciudad por el ejército inglés que, junto con la soldadesca portuguesa y otros mercenarios, eran aliados de los españoles que luchaban contra las tropas napoleónicas.

Dicho nuevo espectáculo de aire seudo militar, basado en la tamborrada (por lo visto no saben hacerlo de otra manera), consiste, entre otras cosas, en representar a los ingleses conquistando la ciudad, liberándola del ejército francés para entregársela, naturalmente, al español y, de paso, asesinar, robar, violar a mujeres y niñas y, finalmente, incendiar la ciudad para hacerla desaparecer. Todo ello en cumplimiento de las órdenes del Duque de Wellington y, al parecer, del General Castaños que ordenó: «…pasar a cuchillo a todos los habitantes y que no quede piedra sobre piedra en San Sebastián».

Escribe Antonio Kortajarena, según aparece en el ‘Boletín de Estudios Históricos sobre S.S.’ número 26, año 1992, que en la calle 31 de Agosto, en los años 1928-1933 los habitantes eran vasco-parlantes en su mayoría, pero para entonces ya se estaba perdiendo el euskara entre la juventud. Y entonces se celebraba la destrucción de la ciudad con un par de días de fiestas populares, con verbena, adornando la calle con farolillos o banderitas. «onita forma de rememorar la gran tragedia de sus antepasados» decía Kortajarena. Y visto lo que vemos actualmente, la alienación supera todas las barreras. Ya algunos no se conforman con simples verbenas; ahora lo celebran vestidos de fantoches, como espectáculo con toda su parafernalia militar que, cuanto más grande y más ruido hace, es más ridículo y más grotesco.
 
La inducida ignorancia de la historia social de nuestro pueblo, de la propia lengua vasca y la falta de espíritu crítico es una realidad palpable en nuestra sociedad, donde confundimos la cultura con los «txipirones plantxa», los pintxos de tortilla y las patadas que dan los futbolistas al balón. Produce tristeza y desazón que Donostia, convertida en la ciudad del espectáculo, va a a ser Capital de la Cultura en el 2016. No por eso vamos a divertirnos más los donostiarras. Eso sí,vamos a vivir en una ciudad más cara de lo que es todavía.

Ya a fines del siglo XIX decía el «herrikoseme» donostiarra Benito Jamar: «nosotros hacíamos tonterías para divertirnos: los tontos de hoy las hacen para divertir a los demás».

Buscar