Levantar la cabeza y formular las vías para la solidaridad

Sin despreciar estrategias, evitar cálculos o minusvalorar escenarios que puedan surgir a partir del 1 de octubre, en este momento la prioridad de los demócratas vascos en relación a Catalunya es articular la solidaridad en clave popular. Parece algo básico, más aún tratándose de una nación hermana que está llevando adelante un proceso democrático inapelable, por un lado, y del mismo Gobierno autoritario que cercena la autonomía y niega la soberanía vasca, por el otro. Pero la solidaridad, más allá de en su acepción primaria como reacción ante una injusticia, si quiere ser política y efectiva, requiere entre otras cosas de diseño, imaginación, trabajo y evaluación. Existe una potente tradición vasca al respecto, tanto como receptores de esa solidaridad como en forma de voluntariado y campañas. En principio, no debería costar tanto estar a la altura del momento histórico.

Sin embargo, falta menos de un mes para el referéndum y más que empatía y solidaridad una gran parte de la sociedad vasca sigue pautas de envidia –en grados inocuos, pero envidia–, arrogancia –totalmente injustificada–, desinterés –presentado cínicamente como virtud– o desidia –hay una parte del país, y en particular de su clase dirigente, que prefiere hacer como que no va a pasar nada–. A estas alturas, parece poco realista.

Es evidente que el choque de legitimidades que se dará en torno al 1-0 tendrá réplicas políticas en todos los territorios y entidades políticas a las que de un modo u otro afecta el conflicto español, desde la ciudad de Barcelona hasta la Unión Europea. Pensar que Euskal Herria va a quedar al margen de ese efecto es ser un ciego o un irresponsable.

También hay, sin lugar a dudas, un grupo importante de gente que ve la relevancia del momento y sus derivadas políticas, que quiere implicarse en esta batalla y que prevé escenarios desconocidos hasta ahora ante los que habrá que reaccionar de manera inteligente y eficaz. Las dinámicas ciudadanas por el derecho a decidir han dejado más poso del que podría parecer a primera vista. Y la combinación de memoria histórica y orgullo nacional siguen jugando un papel en Euskal Herria.

Las lecciones griegas

Recientemente Arnaldo Otegi alertaba de que el caso catalán tenía similitudes con el caso griego, cuando la UE los quebró por no votar lo que debían, por no someterse. Sostiene que si en Grecia estaban en juego los derechos de las clases populares y la soberanía nacional en el contexto europeo, en el caso de Catalunya se debaten los derechos nacionales y los límites de la democracia en ese mismo contexto. Las diferencias son evidentes, pero existen importantes conexiones y lecciones.

En Grecia había quien, incluso en el Gobierno, prefería perder el referéndum porque no creía tener fuerza para apenas negociar, en ningún caso plantarse. Esta ha sido una de las hipótesis que muchos han sostenido respecto a los dirigentes catalanes, que todo era una estrategia negociadora. Y entre sus aliados objetivos en el Estado, bastantes siguen deseando que no voten o que los independentistas pierdan. Piensan que ese escenario les ofrece ventajas. Creer que un PP victorioso va a ser más sensato resulta delirante. Ahora bien, es cierto que un Estado español sin el elemento equilibrador de Catalunya resulta pavoroso, muy en concreto para los vascos.  

En el caso de Grecia, y respecto a la solidaridad, también hubo quien prefirió tener razón en sus profecías a que ganasen los griegos. Con un simplismo obsceno, algunos recrearon sus experiencias particulares, compararon realidades históricas y personajes inconmensurables y en vez de solidaridad actuaron una extraña superioridad moral y grandes dosis de paternalismo. Eso sí, en nombre de la izquierda.

Superar el ensimismamiento

Las taras políticas vascas dificultan articular la solidaridad hacia Catalunya, igual que ha ocurrido al revés en otros momentos. También afecta que el procés sea un fenómeno político tan inédito que nadie sepa muy bien qué y cómo va a ocurrir.
 
En todo caso, estimando mínimamente el grado de demencia represiva que el establishment español puede imprimir a estas semanas, la sociedad civil vasca debería ser capaz de realizar campañas que rompan nuestro ensimismamiento, que se concentren en la ciudadanía catalana, en su ejemplo democrático. Ese es, quizás, el mejor cálculo, la mejor estrategia y el mejor escenario.

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