Un cuadro representativo de la precariedad

Después de 41 días de huelga en los que sus condiciones de trabajo, francamente vergonzosas, han quedado retratadas, la plantilla subcontratada del Museo de Bellas Artes de Bilbo regresa hoy a sus puestos con un acuerdo bajo el brazo. La pelea con la empresa Manpower Group que presta el servicio de atención al público en la afamada pinacoteca no ha sido fácil. Además, la nula implicación de las instituciones propietarias del museo –Ayuntamiento de Bilbo, Diputación de Bizkaia y Gobierno de Lakua–, al rehuir de su responsabilidad y dejar vía libre a la subcontrata, ha dejado desamparados a los trabajadores.

Sin embargo, la originalidad con la que se han desarrollado las movilizaciones ha conseguido hacer una representación muy realista de la situación de estos profesionales. Una plantilla formada por personas con estudios universitarios que en el mejor de los casos percibía un salario de 880 euros mensuales a jornada completa, festivos y extras incluidos. En la mayoría de los casos, con contratos a media jornada, la nómina a fin de mes no ascendía de los 550 euros. A ello se sumaban condiciones como la obligación de los educadores de estar disponible de lunes a domingo durante doce horas diarias. El carácter de subcontratado agrava la situación de la plantilla mientras la propietaria ahorra en costes. El vivo retrato de esa clase trabajadora que algunos ya denominan «precariado».

Tal y como expresaron ayer los trabajadores, el acuerdo supone la dignificación de sus condiciones y debería servir, a su vez, de acicate para abordar una cuestión que va más allá de un caso aislado o un sector concreto. Abriendo el foco, la precariedad es un estado extendido en infinidad de centros de trabajo, incluidos los públicos, consolidando la existencia de una clase trabajadora con serias dificultades para mantener un nivel de vida digno. Que no sea así requiere de políticas de empleo comprometidas con el tejido social del país, y no solo con la maximización de beneficios.

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