Alberto Pradilla
Alberto Pradilla

Un abrazo para Pedro Sánchez

Si mayoritariamente había consenso en que Pablo Iglesias salió victorioso del debate a cuatro de ayer en «Atresmedia», en lo que todo el mundo está de acuerdo es en el hundimiento de Pedro Sánchez. Ahora que la atención mediática estará en los emergentes creo que es momento de la maldad y de hacer leña del árbol caído. Eso sí, siempre con la previsión de que el PSOE es un partido con raíces y que, a pesar de mil barrabasadas, tiene un suelo que todavía le mantiene a flote. Parco consuelo para Sánchez, que agonizó en un debate en el que nunca encontró su sitio. Rígido, con la articulación de un Geyperman, el candidato de Ferraz estaba sin hallarse, pese a que se buscaba. Incluso un rictus tan artificial como el suyo dejaba escapar el nerviosismo. Las campañas tienen mucho de psicológico y no debe ser fácil afrontar más de semana y pico desde las catacumbas.

Habrá que concederle que lo tenía complicado. Como supuesto líder de la oposición pero encamado con el PP en los grandes asuntos de Estado, su intento de atacar a Soraya Sáenz de Santamaría era rebatido desde izquierda y derecha, por Pablo Iglesias y Albert Rivera. ¿Que hablamos de corrupción? Toma los EREs en Andalucía. ¿Que intento contraatacar con los recortes? Baño de memoria y reforma laboral de José Luis Rodríguez Zapatero. Honestamente, Sánchez no era rival para la vicepresidenta española, pero con los candidatos de Podemos y Ciudadanos subidos en su chepa, llegaron momentos en los que casi llamaba a la lástima. Daban ganas de pedir que parasen la tertulia y dar un abrazo al secretario general del PSOE.

Y digo casi porque, ante la imposibilidad de justificar su pasado y la falta de credibilidad para representar un futuro, Sánchez terminó convertido en el niño repipi enfadado porque no le hacen caso. Interrumpió una y otra vez. Cuando se encontraba fuera de cámara, sus susurros y molestos ruiditos se colaban en el plano recorándonos que dos metros de candidato seguían ahí. Cuando le enfocaban parecía encorsetado y miraba al vacío como si estuviese buscando las respuestas en el pronter. Para la épica de patio de colegio quedará su «no estoy nervioso» seguido de una risotada nerviosa ante alguna provocación de Rivera. Que fuese él y no el de Ciudadanos o Sáenz de Santamaría el que se aferrase a los cavernarios argumentos de Venezuela y Tsipras para atacar a Iglesias solo da muestra del desierto de argumentos por el que transitó durante dos horas.

Al contrario que a sus rivales de ayer, al aspirante Sánchez todavía le queda un debate. Será el cara a cara de la próxima semana con Mariano Rajoy. Visto lo visto, quizás deberían plantearse suspenderlo ante la posibilidad de presentarse como un cementerio de elefantes y reflejo de cómo el bipartisimo español, que no el sistema, languidece. Dicho todo esto no olvidemos que el PSOE es el partido que siempre va a hundirse pero que nunca termina de venirse abajo. La tan vaticinada «paskización» tiene más de deseo que de hecho consumado. En el Estado hay cientos de miles de personas fieles a sus siglas y a un carné. Y, como ocurre en todo movimiento político, que se enfadan con lo que hacen sus representantes pero que ni se les pasa por la cabeza pasarse a otra formación. Rajoy no estuvo ayer en el debate y podría seguir siendo presidente. ¿Quién dice que el mayor derrotado no puede aspirar a mudarse a Moncloa después de una carambola?

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