Alberto Pradilla
Alberto Pradilla

La doble criminalización de Herrira y Podemos

Un alumno le dice a su profesora: «Creo que hay que matar a los negros y a los bomberos». La maestra le responde: «¿A los bomberos? ¿Por qué?» Y él la deja en evidencia: «¿Y a los negros?» Creo que la metáfora simboliza bastante bien cómo nos hemos sentido muchos ciudadanos vascos ante la ofensiva mediática contra Podemos y Herrira a través de una filtración en «El Mundo». En mi opinión, la respuesta ante el despropósito ha evidenciado que todavía se aplican diferentes varas de medir a la hora de valorar la persecución política en el Estado y en Euskal Herria. No hace falta más que comprobar cómo, al mismo tiempo que se desataba la lógica e imprescindible solidaridad con Pablo Iglesias ante una criminalización infame, a poca gente se le ocurría plantearse qué pasaba con Herrira. Centrados en ridiculizar el «todo es ETA» que tan burdamente ha utilizado el Estado y tantos réditos le ha proporcionado a sus élites, (casi) nadie al sur del Ebro se planteó que, si se mentía sobre Podemos, era posible que hubiese ocurrido lo mismo con la asociación de defensa de los Derechos Humanos. Herrira no es ETA aunque en el discurso público se haya dado por supuesto. Por desgracia, nuevamente ha operado ese mecanismo subconsciente que lleva a pensar que «algo habrá hecho» cuando una organización vasca es perseguida.  

Cierto es que el objetivo de la campaña era Podemos y no Herrira. Que hay miedo, mucho miedo, ante un movimiento político emergente que ha supuesto todo un terremoto para el Estado. Que la «gran coalición» mediática, atemorizada ante lo que no comprende, responde rabiosa aplicando la receta de siempre. Sin embargo, no olvidemos que el colectivo vasco ya recibió su ración represiva, siendo suspendido a finales de 2013 tras una operación con 18 detenidos. ¿Su delito? Defender los Derechos Humanos y el cumplimiento de la ley, así como reivindicar que se ponga fin a las políticas de excepción contra los presos vascos. Planteamientos tan osados que hasta los comparten, entre otros, jueces del Tribunal Supremo o de la Audiencia Nacional, por no hablar de la mayoría de la sociedad vasca. Nada de esto ha aparecido en el debate público de esta semana. «El Mundo» puso a ETA en el centro de la discusión y nadie llegó a la conclusión de que, aceptando el silogismo de «Herrira es ETA-Pablo habla con Herrira-Pablo es ETA» estábamos contribuyendo, también, a la doble criminalización de los activistas pro Derechos Humanos. Precisamente, el mismo mecanismo indecente que se está denunciando en el caso de Podemos. 

No es la primera vez que he reclamado «un poquito de empatía». Tampoco mi crítica se dirige a nadie en concreto. Ya me sé que el tema vasco «es complicado», que aquí «se entiende de manera distinta», que «hay mucha desinformación» y que se utiliza políticamente la violencia para deslegitimar a cualquiera que no sea el PP. Me sé todos y cada uno de los argumentos. No obstante, creo que algún día tendrá que imponerse el sentido común y eso no se  consigue si no es mediante la pedagogía. Creo, sinceramente, que es el camino más eficaz para desmontar una excepcionalidad que se ha ampliado al Estado en lugar de desactivarse en Euskal Herria. Hasta entonces, y ahora que la palabra «casta» es tendencia, sigo pensando que, al sur del Ebro, los independentistas vascos de izquierdas seguimos siendo una especie de molestos «intocables». 

 

 

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