Jose Mari Esparza Zabalegi
Editor

Ager Vasconum e izquierda abertzale

Tras la explosión vasquista que supuso la Gamazada, han sido tres los momentos en los que la Ribera navarra, nuestro Ager Vasconum, rozó la unidad vasconavarra. Y las tres lo fueron no por mor del nacionalismo vasco, sino por el empuje republicano-socialista.

Una fue el Estatuto. En 1931, 200 de los 220 ayuntamientos navarros presentes en agosto en Iruñea (el 90%), apoyaron el Estatuto Vasco, entre ellos la mayoría de la Ribera. Nadie cuestionaba la unidad éuskara, de la que todos oyeron hablar antaño. El problema se suscitaba en cómo el Estatuto abordaría los problemas de la Ribera. Por eso la Gestora de la Diputación, compuesta por republicano-socialistas, aprobaba una moción de su presidente, García-Larrache, pidiendo un trato especial en el Estatuto, ya que “presenta características diferentes con respecto al resto de Navarra y de todo el País Vasco”.

Tras el fracaso inicial, el Frente Popular Navarro, con bases esencialmente riberas, volvió a plantear el Estatuto en 1936, como freno al caciquismo y estribo de la democracia en Navarra. El golpe militar truncó esta nueva oportunidad y alejó el tema a los páramos del exilio.

En 1979, en las primeras elecciones al Parlamento Foral, Herri Batasuna, que solo se presentaba en Pamplona y su Merindad, y las Agrupaciones Electorales, presentadas en las cuatro merindades del sur y Zona Media, alcanzaron 16 parlamentarios, el 18% de los votos, superando al PSOE y UPN. Un gran éxito que convertía al abertzalismo en segunda fuerza tras UCD, y en alternativa de futuro (y eso, no lo olvidemos, con ETA en plena actividad). Pero antes de finalizar la legislatura, un maridaje insólito entre HB, UPN, PSOE y UCD, y el voto en contra de las Agrupaciones representadas en el grupo Amaiur, convirtió Navarra en distrito único, lo que obligaba a Amaiur a competir con Herri Batasuna en todo el territorio o a desaparecer. Dignamente, Amaiur decidió desaparecer, y la izquierda abertzale perdió una herramienta electoral que sólo en parte pudo reemplazar Herri Batasuna. Las siguientes elecciones el voto abertzale bajó estrepitosamente en esas comarcas. El chaquetazo del PSOE hizo el resto. Tercera oportunidad perdida. Empero quedó la lección, que algunos todavía no han aprendido: el vasquismo, en la mitad sur de Navarra, o es de izquierdas y autóctono (esto es, peculiar) o no será.

Los homogenizadores
En estas pasadas elecciones europeas, la izquierda abertzale inició su campaña buzoneando un mismo panfleto en las cuatro provincias. Cualquier tudelano que leyera su segundo párrafo (el primero, claro, estaba en euskera) leía que el objetivo era “conseguir un estado independiente”, la gran preocupación de la Ribera, como todos sabemos. Alguien dijo que ese panfleto era para “homogenizar” a todo el País. Ergo, goiherrizar a los riberos. Ni el PNV hace ya esas cosas. Así que si eso es homogenizar, el deshomogenizador que nos deshomogenice buen deshomogenizador será.

Me vienen a las mientes los tiempos, no tan lejanos, en los que decisiones que afectaban a Navarra se tomaban en la Mesa Nacional con el voto en contra de los navarros. Hiere la frivolidad con la que muchos ignoran que entre Tafalla y Tudela cabe Bizkaia entera. Otrosí la sempiterna excusa del “está lejos” para justificar no mover el culo de la silla vascongada. ¿Cuántas reuniones “nacionales” al año realizan EA, Bildu, LAB, ELA, Sortu y otros cien organismos abertzales en la Ribera? ¿Podemos hablar de construir una nación que desconocemos? El mapa de Euskal Herria está ya cortado por la izquierda abertzale, como antes lo cortara el PNV. Lo demás es retórica. Jelkide o batasunera da igual.    Comprobemos cuántos representantes de las Merindades meridionales hay en las direcciones de las orgaizaciones abertzales en Navarra. De las “nacionales” ni hablo. Hasta el euskera, que tantas adhesiones suscita en todo Navarra, incluida su Ribera, se utiliza de forma inapropiada: el mejor líder abertzale de Sartaguda no podrá ser miembro de los órganos de dirección de nuestras organizaciones si no habla vascuence. Hasta ahí se podría entender. Pero a muchos dirigentes que han tenido la suerte de nacer en zona euskaldun, nadie les ha exigido que aprendan a escribir y dejen de ser analfabetos en la lengua que les regalaron en la cuna.

Si el Polígono de tiro de Bardenas estuviera en el Gohierri estaríamos todos los domingos en karrikadantza vindicativa. Pero Arguedas cae lejos. Hasta la bandera republicana, mortaja de nuestros fusilados, que los abertzales meridionales fuimos los primeros en recuperar, se está dejando en manos de cuatro advenedizos porque es “española” y porque nuestros montañeses, que pasaron de la Cruz de San Andrés a la ikurriña sin experimentar apenas el orgasmo republicano, no ven en ella un símbolo histórico afable, transicional, que posibilitó la unidad vasconavarra y con el que todavía muchos abertzales estamos enterrando a nuestros padres y abuelos.

Incluso frentes de lucha unitarios que surgen desde Navarra, como el tema de las inmatriculaciones de bienes por parte de la Iglesia, que ha aglutinado a 200 ayuntamientos de todo el territorio y suscitado una fuerte polémica estatal, ha sido totalmente ignorado en el resto de Euskal Herria, como si el tema no fuera con ellos.

Un cambio estratégico
En 1931, Manuel Irujo denominó a la Ribera “el Ulster vasco”. Con más de un 15% de inmigración, entre el Ebro y el río Aragón vamos a escuchar, durante décadas, mucho más árabe que euskera. Mirar para otro lado o hacer gestos paternalistas (eso lo hace mejor el PNV) no servirá más que para agrandar el abismo que nos separa. Y sin la adhesión de la Ribera difícilmente habrá cambio en Navarra; y sin Navarra no hay proyecto nacional. ¿O tal vez sí? No tardarán en aparecer voces que “por pragmatismo” planteen el derecho a decidir en la CAV y esperar a que “más tarde” se sumen los navarros. Ya ocurrió en 1932 y en 1977 ¿por qué no ahora?

Los abertzales, y la izquierda en especial, tenemos una responsabilidad en ese territorio. En primer lugar admitiéndolo tal cual es, y dejándole un hueco cómodo en la Euskal Herria que proyectamos, con su republicanismo españolista y su navarridad banuquasi. Su voz romanceada debe escucharse en nuestros foros políticos sin que nadie diseñe, ni en Donostia ni en Iruñea, las consignas que deben colocar por las paredes. Y no estaría mal replantearse humildemente, como en 1979, la vuelta a las plataformas políticas y electorales amplias en esos pueblos, con un vasquismo a su justa medida.

Ese Ager Vasconum, republicano y socialista, debe engarzar su territorio en el Zazpiak Bat a su manera, como lo intentó en 1931, 1936, 1946 y 1979. Pero eso no significa que el resto del País no pueda facilitarle el camino. Urgen acuerdos nacionales estratégicos (con partidos, instituciones, sindicatos, fundaciones) para compensar las agresiones democráticas que sufren, que hacen que Tele Aragón impere donde antes se veía ETB; que impone la Ley del Euskera; que ahoga sus ikastolas; que persigue la simbología; que borra de la memoria colectiva los tiempos en que la Ribera se enorgullecía de su pertenencia a Vasconia.

Hacer ingentes inversiones humanas y materiales, consumir sus productos, (zorionak a Errigora), entenderla y, sobre todo, amarla como la parte de nuestro país que baña el Ebro (“río vasco” lo llamó Prudencio en el siglo IV), y no como esa prótesis extraña a la que cantamos bucólicos “Erribera, Erribera”, para matar nuestra mala conciencia.

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