Tomás Urzainqui
Historiador

Desconquista sí, no pan-nacionalismo

A mi conciudadano Jon Iñaki Odriozola, probablemente, no le agradará saber que ya se le adelantó, hace 15 años, el político del PP Leopoldo Barreda, al tratar de descalificar la intervención que tuve ante la Comisión de Autogobierno del Parlamento de la C.A.V., en la Navarra Occidental, el 8 de mayo de 2002, intentando tacharla de «pan-navarrismo» o «imperialismo navarro», lo que no logró, pues fue el único de los parlamentarios que lo hizo. Con dicho nacionalista, sin embargo, coincide en sus planteamientos Odriozola, los dos ahora al unísono se manifiestan en contra de la desconquista y la recuperación del Estado propio que esta sociedad necesita llevar a cabo. La grave situación de negación, subordinación y división –todavía en la actualidad– de la sociedad de Navarra, que padece la conquista continuada a manos de España y Francia, no tiene nada que ver con el significado de las depauperadas ideologías políticas que Odriozola quiere endilgarnos, del tenor del pangermanismo, paneslavismo o panescandinavismo, cuya motivación fue la agrupación en un Estado o federación de base lingüística y étnica de varios Estados o naciones. Nada que ver con la realidad estatal y jurídica de la sociedad política navarra, hoy fraccionada por mugas provinciales y estatales impuestas. Mi estimado conciudadano Odriozola no transcribe lo que yo realmente digo de palabra y por escrito, si no pone lo que le vendría bien que yo dijera, me remito a mis diez libros y numerosos artículos recogidos en la web tomasurzainqui.eu.

Esta sociedad –como es su derecho– persigue recuperar la libertad, pero para ello deberá hacerlo primero internamente consiguiendo la cohesión de su propio sujeto político colectivo subordinado, no con su fraccionamiento y polarización. El derecho y la historia estructuran la unidad, lo que posibilita la desconquista, mediante el ejercicio de la legalidad y constitucionalidad del Estado propio navarro. La realidad de la continuada limitación de todos los derechos –politicos, sociales, económicos, culturales o lingüísticos– de la sociedad política navarra, persiste desde el inicio de la conquista continuada y sus divisiones hasta hoy. La privación del libre ejercicio de los derechos propios de las navarras y los navarros afecta a sus libertades, como se denuncia en el monumento de 1903 en el centro de Pamplona-Iruña. Desde 1841 no se le reconoce a la ciudadanía navarra la existencia jurídica de su propia sociedad, solamente se puede ser español o francés, como formando parte de aquellas respectivas sociedades. El tratado interestatal vigente, suscrito en 1856 entre las potencias conquistadoras, España y Francia, divide físicamente en dos a los ciudadanos navarros en su propia territorialidad. Han superpuesto a la soberanía de la ciudadanía navarra la soberanía de las ciudadanías española y francesa, respectivamente. La conquista y negación de la independencia a la sociedad navarra conlleva su dependencia forzada del poder español o francés. La ciudadanía navarra a partir de entonces se ve privada de sus jueces naturales y de su propia justicia navarra, al verse obligada a pedirla a la justicia española o francesa.

Ambas partes, Barreda y Odriozola, coinciden en la práctica, por diferentes motivos, en una misma negación, la de la realidad de la conquista continuada de la sociedad navarra y de su Estado navarro, así como en que para ambas partes, faltando a la verdad, Navarra no es más que una provincia, ya sea de España para el primero, ya del zazpiak bat para el segundo. Este ilógico jumelage se ha construido negando la causa de la subordinación, que es la conquista continuada, e inventando un imaginario político oficial solo para, en el mejor de los casos, defenderse de alguno de los efectos de la dominación, pero que en la práctica busca dar cuerpo al neoaranismo y a su estatutismo autonomista, de forma paralela al elaborado desde el Estado español, y dando absolutamente la espalda a la realidad jurídico-política de la sociedad navarra, conquistada de continuo al igual que su Estado, en cuyo seno está la comunidad lingüística propia de Euskal Herria. La polarización interna, por un lado se da en los que creen que es compatible pertenecer a la sociedad propia conquistada de continuo y a la vez a su conquistadora, y por otro están los que, teniendo conciencia de no pertenecer a la sociedad conquistadora, se crean a su antojo y ex novo una identidad lingüístico-política, pero con el error de querer hacerla fuera de la suya a la que pertenecen, la amplia, plural y rica realidad estatal propia, la de la ya existente sociedad juridico-política navarra, que sigue conquistada. La constante es la subordinación producida por la conquista continuada, que se ve reforzada por la polarización interna que impide a los conquistados unirse y hacer frente al conquistador. La cuestión es, como acabar con esa vesánica polarización, que solo favorece al Estado conquistador. Así, por ejemplo, el convenio y el concierto son eufemismos que camuflan la realidad, la del saqueo que conlleva la conquista continuada. En resumen, es prácticamente imposible analizar las posiciones de las distintas fuerzas políticas aquí actuantes, sin tener en cuenta la conquista continuada de esta sociedad por España y Francia.

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