Iosu del Moral

¿Dónde está la izquierda en Euskal Herria?

El votante tradicional de izquierdas se queda, en las próximas elecciones al Parlamento Vasco, sin una opción de partido acorde a su ideología, una izquierda real, sin complejos y sin ambigüedades, que defienda sin titubeos las posiciones de las vascas y vascos de izquierda sin doblegarse ante el establishment y la hoja de ruta que marcan los poderes fácticos.

Parece claro que no habrá sorpresas en las próximas elecciones al parlamento vasco, y que la derecha, de manos de los jeltzales, volverá a gobernar. Así que los partidos de pseudoizquierda, sin ni siquiera plantearse una alternativa, preparan la alfombra roja para que la derecha nacionalista ostente el poder durante los próximos cuatro años. De ahí que quede descartada por completo una confluencia entre los partidos de «izquierda» que vendría a ser la hipotética suma del PSE con EH Bildu y con Podemos Euskadi, o la opción de una lehendakaritza impulsada por Podemos Euskadi y la izquierda abertzale gracias a la abstención de los socialistas, teniendo en cuenta que estos últimos es más que posible que terminen intercambiando cromos con el PNV. Es curioso cómo, aun cuando una amplia parte de los vascos y vascas en principio apuesten por formaciones denominadas de izquierdas o al menos interpretadas como de izquierdas por los medios de comunicación además de por amplios sectores de la sociedad, esa posibilidad quede descartada antes de si quiera haberla planteado. Con lo que gracias a las jugarretas pactistas de un sistema basado en la democracia representativa, la cual deja fuera de juego al ciudadano, los habitantes del país vasco aun votando con amplia mayoría opciones de izquierda tendrán que soportar cuatro años más de políticas de derechas.

En primer lugar, nos encontramos con el PSOE, al que afortunadamente, cada vez menos personas y menos sectores de la sociedad lo consideran un partido de izquierdas. De hecho, este sucedáneo, descafeinado de la izquierda, aplica políticas que poco tienen que ver con términos como socialista o como obrero, y no cabe ninguna duda de que si alguno de sus fundadores viviera hoy día le escocerían los ojos, le pitarían los oídos y, si me lo permitís, se le revolvería el estómago al ver, escuchar y tratar de digerir las políticas que las personas que conforman en la actualidad el PSOE ponen en marcha en nombre del socialismo y de la clase obrera. Conceptos que desde hace tiempo, una izquierda de despacho totalmente burocratizada ha pervertido, expoliado y degradado hasta el punto de distorsionar su significado. No cabe duda de que la social-democracia, ideológicamente hablando, es el gran fracaso de la izquierda a lo largo del siglo XX, fracaso que llega a su clímax en las décadas de los 80 y 90 de manos de personajes como Felipe González, François Mitterrand y Gerhard Schröder, hoy en día convertidos en meros panfleteros de algunos de los lobbies económicos que dirigen Europa por el tenebroso desfiladero del neoliberalismo. Dejando así una izquierda traicionada, sumida en el más absoluto nihilismo, siendo una mera espectadora de la gran coalición en la que cómodamente cohabita uno de sus hijos, la social democracia, y su archienemigo, la derecha conservadora y liberal, sin dar pie a una alternativa y convirtiéndose en el mejor aliado de la desbrozadora capitalista.

Por otro lado, EH Bildu, que tras tantos años centrado en el tema nacional y dejando en un segundo plano el tema social, ha derivado en una herramienta política que cada vez que tiene la oportunidad no duda en lanzar guiños al Partido Nacionalista Vasco en clave de construcción nacional, subordinando la construcción de un país en clave social. En consecuencia y por hacer un pequeño paralelismo, nos encontramos con una izquierda abertzale que más que seguir siendo un homólogo de la CUP va convirtiéndose en el espejo de la Esquerra Republicana catalana en su viaje hacia la social democracia, donde ambas «izquierdas» nacionalistas no dudan en insinuarse sin condiciones a sus respectivas derechas en legítimos proyectos de construcción de país. Mientras, las bases de Bildu, gente de izquierdas, abertzales, e independentistas, siguen esperando una organización mucho más abierta y participativa a nivel interno, capaz de llevar a cabo las nuevas demandas y exigencias sociales que vengan dadas por la ciudadanía.

Como última opción, los recién llegados Podemos Euskadi, que con todo el viento a favor y encontrándose con una izquierda abertzale en plena tormenta interna, con una crisis de identidad, y con gran parte de sus bases descontentas, en vez de aprovechar esta coyuntura, en un inexplicable giro decide colocarse prácticamente a la derecha de Bildu. Esto puede apreciarse en decisiones que van desde la elección de su candidata, no siendo esta precisamente una figura representativa de la izquierda llegada de los movimientos sociales y del activismo, a otra serie de decisiones tales como la sorprendente postura adoptada respecto al TAV ,más acorde a la actitud de la derecha liberal, o la construcción de un discurso que en lo referente a lo social busca cobijo dentro del paraguas de la socialdemocracia europea, no vayamos a pisar charcos y que mamá Europa nos llame la atención. Por no hablar de su política de pactos, la cual toma rumbo hacia esa ambigüedad en la que tan bien navegan los socialdemócratas a la hora de pactar, ya sea con la derecha nacionalista sin apostar por una postura rupturista de izquierdas en favor del desalojo de la derecha del Gobierno Vasco, o por una abstención que permitirá una vez más la alianza en la que tan bien conviven el PNV y el PSE. A partir de aquí solo queda preguntarse qué deben pensar los indignados en Euskal Herria.

De ahí que el votante de izquierdas se vea abocado, en las próximas elecciones al Parlamento Vasco, a debatirse entre una opción firme según sus valores que le lleve a una más que segura abstención al no encontrar una opción real de izquierdas, o a participar en los comicios con la nariz tapada entregando su voto a algunas de estas formaciones autodenominadas de izquierda pero que no dejan de ser mero maquillaje desde la perspectiva de una izquierda critica. Lo que llevara a este tipo de votante a tener que conformarse, una vez más, con la versión light de una izquierda reformista y no transformadora que subsiste gracias a la alternancia sin presentar alternativa. En definitiva la izquierda adolece de un gran problema al no ser capaz de construir una herramienta factible para el cambio que logre aliviar el peso del yugo que descansa sobre los hombros de la clase trabajadora, y que rompa con un sistema que perpetua el estilo de vida de las elites junto a las que cómodamente coexiste como fiel aliado el sector más rancio de la izquierda.

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