Raúl Zibechi
Periodista

El modelo extractivo en la base de la crisis del progresismo

Un sencillo recorrido por las principales ciudades de Bolivia permite comprobar lo mucho que ha cambiado el país, incluso para que los que viajan con cierta frecuencia. Las calles de El Alto lucen bien pavimentadas, las viviendas y los edificios ganan en altura y en modernidad, nuevos modelos de vehículos las recorren. Algo similar sucede en La Paz, donde se multiplican robustos y elegantes edificios. Los supermercados son visitados por verdaderas multitudes con renovada capacidad de consumo.

Mención especial merece el teleférico que traslada miles de personas entre la hoyada de La Paz y El Alto. Un recorrido que se hacía en casi una hora, se cubre ahora en menos de diez minutos. Las tres líneas (verde, roja y amarilla) cuentan con cabinas que recogen pasajeros cada 12 segundos y a un precio razonable, de menos de medio dólar (tres bolivianos). Sin duda el teleférico mejoró las condiciones y tiempos de transporte del sector popular que se traslada diariamente entre dos de las principales ciudades del país, y resume la notoria mejoría material de la vida de los bolivianos.

Por lo tanto, no resulta sencillo explicar la derrota de Evo Morales en el referendo que habría habilitado su tercera reelección para un cuarto mandato consecutivo, que lo hubiera consagrado como presidente durante 20 años. En Bolivia no existe la crisis económica que vemos en Brasil y en Venezuela, ni el deterioro de las condiciones de vida que ha provocado la inflación en Argentina.

Siempre es posible explicar las cosas por factores externos (el imperialismo, la derecha, los grandes medios) que, sin lugar a dudas, operan a favor de las clases dominantes. Pero parecen insuficientes para explicar porqué Evo tuvo la votación más reducida en una década, situándose casi 20 puntos por debajo del referendo revocatorio de 2008, cuando fue ratificado con el 67%, frente al 48% que obtuvo el domingo 21 de febrero.

Propongo cuatro aspectos para la reflexión, tomando como punto de partida el modelo extractivo imperante en Bolivia que, con matices, es el mismo que existe en toda la región, siendo la principal variante el papel del Estado en los beneficios que recibe por vía tributaria.
Nuestra comprensión del extractivismo (mega-minería a cielo abierto, monocultivos de soja, especulación inmobiliaria urbana y mega-obras de infraestructura) ha variado a lo largo de los años, pero estamos en condiciones de dar un salto en su comprensión en el momento en que el modelo muestra grietas y serios problemas. En un principio, sólo atinamos a explicar los daños ambientales que provoca, los más evidentes y comprobables, tanto a nivel de contaminación directa como indirecta en las fuentes de agua y en la salud animal y humana.

El extractivismo es un modelo integral y total, incluye no sólo la economía sino la política, la cultura, las relaciones sociales. No necesita de los seres humanos. Así como el modelo centrado en la producción fabril requería miles de obreros en la manufactura y miles de consumidores, el modelo extractivo prescinde de ambos. Basta mirar los campos vacíos de la soja y las grandes minas, para comprender que los seres humanos han sido sustituidos por una vasta operación de militarización de los territorios.

Al no ser un modelo productivo sino especulativo, la cultura asociada al mismo es de devastación de la naturaleza, de las relaciones humanas y del tejido social. No puede existir una economía separada de resto de variables de una sociedad. El extractivismo evapora y desfibra la base social y material de los gobiernos y partidos progresistas, aunque durante unos años les permitió recaudar miles de millones.

En segundo lugar, el consumismo despolitiza la sociedad, al promover una cultura desvinculada de las relaciones de producción, del trabajo creativo y productivo. En Bolivia, en los últimos ochos años las ventas de los supermercados crecieron cuatro veces. Entre 2009 y 2013, la venta de electrodomésticos se duplicó, la de lavadoras se multiplicó por seis y los celulares por ocho. De junio de 2013 a junio de 2014, la cantidad de teléfonos inteligentes (smartphones) que tienen internet casi se triplicó, según datos de la emisora EJV.tv (http://goo.gl/Kk76P3).

La evolución del consumo final de los hogares en dólares ha experimentado una variación alucinante: entre 2005 y 2013 se multiplicó por tres. En los diez años anteriores (1995-2004) había crecido apenas un 20% y entre 1985 y 1994 un 25%. Hubo años como 2007 y 2010 que el consumo de las familias creció un 20%, según datos oficiales (http://goo.gl/e7O660).

En tercer lugar, las políticas sociales sostenidas a lo largo del tiempo tienen efectos contradictorios. Tienen un impacto inicial positivo al mejorar las condiciones de vida de los sectores populares, pero al no modificar el lugar estructural de las personas (por la persistencia de un modelo que no genera empleo digno ni ascenso social vinculado al trabajo/profesión), no pueden mover los niveles de desigualdad y terminan maquillando la pobreza sin superarla.

Desde este punto de vista, las políticas sociales se cruzan con los efectos del consumismo: no se adquieren nuevos derechos pero se accede a más bienes materiales. En ambos casos aparecen figuras complementarias: beneficiario y consumidor. La primera sustituye al ciudadano sujeto de derechos. La segunda muestra la perversión del actual modelo, ya que en otros períodos el consumidor era a su vez productor; consumía lo que otros obreros, o él mismo, producían.

La cuarta cuestión estriba en el divorcio con los movimientos sociales así como en la neutralización y cooptación de las organizaciones populares. En ningún otro país del continente los movimientos tuvieron tanto poder destituyente como en Bolivia, donde protagonizaron tres «guerras» (del agua en 2000 y del gas en 2003 y 2005) y derribaron dos presidentes. Desde 2006, cuando Evo llega al Palacio Quemado, la vicepresidencia a cargo de Álvaro García se especializó en dividir, cooptar y neutralizar a los movimientos, en particular aquellos que podían llegar a movilizarse contra aspectos de la política gubernamental.

La marcha en defensa del TIPNIS (Territorio Indígena y Parque Nacional Isiboro Sécure) en 2011, fue el momento más importante en la relación gobierno-movimientos: será difícil olvidar que la presidencia decidió reprimir a los marchistas, para abrir una carretera a través del parque construida por una multinacional brasileña. La distancia de los movimientos críticos y la creación de una camada de dirigentes afines, vaciaron el principal instrumento de movilización popular que tuvo el gobierno de Evo.

Es cierto que en la recta final de la campaña hubo medios que difundieron escándalos que involucran al presidente. Que la ofensiva de la derecha fue importante, tanto como el desgaste de una década de gestión gubernamental.

Pero no es menos cierto que muchas personas que no son derecha, que están vinculadas a movimientos y a diversos espacios críticos, jugaron también un papel en el triunfo del No. Decir, como dice el vicepresidente, que todo el que no apoya al gobierno pertenece a la derecha, es negarse a ver que el flanco izquierdo está creciendo desde la crítica y desde la ética, antes de convertirse en acción política.

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