Jesús Fernández Ibáñez
Irakasle, investigador y divulgador de temas de historia y cultura de Rioja Alavesa

El país de los viñedos de Álava

El País de los viñedos de Álava está situado en la parte sur de este territorio histórico y emplazado entre dos barreras naturales que han condicionado la vida, el paisaje y el clima durante siglos: la Sierra y el Ebro. Este peculiar territorio administrativo forma parte de otra comarca natural más amplia, configurando un valle vinculado, durante siglos, con la producción vinícola; conocido, por nativos y foráneos, Rioja o zona riojana. Tanto en su parte vascongada como en la castellana.

Durante los primeros siglos del anterior milenio, este territorio fronterizo entre la Sierra y el Ebro, pasó a denominarse Sonsierra de Navarra. Los continuos enfrentamientos entre los distintos reinos peninsulares, durante la expansión de los mismos, promovieron que los monarcas colocaran en lugares estratégicos asentamientos fortificados atrayendo así población con sus fueros, dando origen a futuras villas como Labraza, Laguardia, San Vicente de la Sonsierra, Labastida y Salinillas. Así fue fraguando esa Sonsierra de Navarra, rica para la agricultura pero necesitada de paz y respeto para los pobladores y los terrenos. De esta época datan los primeros restos en el paisaje: las poblaciones fortificadas y su trazado interno. Junto a estos núcleos, más delimitados y fortalecidos, existían varios asentamientos (de reducido tamaño) dispersos sobre las partes más suavemente elevadas del paisaje. Desprotegidos de la seguridad de los baluartes pero, amparados por la protección divina de sus ermitas.

Durante esta Edad Media belicosa, larga y devota, se levantaron, con profusión, ermitas e iglesias así como rúas, vías y casas, que estructuraron  los primeros trazados urbanísticos que aún conservamos. En los subsuelos de estas primeras poblaciones, se excavaron oquedades y cuevas para conservar y mantener esos caldos que forman parte de una  cultura que se transmitirá de generación en generación a lo largo de siglos .

Cuando las guerras se alejan del territorio, se empezó a extraer de las entrañas de la tierra esas características piedras areniscas; que los canteros trabajarán  con delicadeza y elegancia, que conforman los edificios religiosos que han pervivido llegando hasta nosotros. Trabajo duro y prolongado en el tiempo, como también lo fueron la entrega de los diezmos y primicias de las cosechas para el sostenimiento económico de la construcción y ornamentación de esas iglesias. La uva, el cereal, el olivo y en menor medida el ganado y otras especies, abrigaron en sus entrañas los hórreos y casas de los diezmos para sufragar los gastos de esos edificios que ahora disfrutamos. Avanzaban las obras al ritmo que la naturaleza marcaba en la producción. Y entre ellos, el vino era el motor más potente en el corazón geográfico de esta comarca. Junto al  crecimiento lento de algunas poblaciones, otros asentamientos fueron desapareciendo hasta tal punto que en algunos casos sólo un vestigio religioso recuerda aún que allí existió algún poblamiento.

Cuando la divinidad quedó ofrendada con sus templos, las familias más acaudaladas comenzaron a construir sus casas palacio. Utilizaron el mismo tipo de piedra que en los edificios religiosos y la madera talada en los bosques cercanos de la Sierra. Así se fueron construyendo lo edificios civiles tan presentes en este paisaje riojano. Estas casonas de piedra de sillería, muchas de ellas blasonadas  para diferenciarse la nobleza o “calidad” de sus dueños, fueron participando con otras más humildes y de mampostería en el trazado urbano acorde con el momento.  En este tránsito hacia la llamada Edad Moderna, algunas poblaciones gestaron y vigorizaron su organización municipal a la par que su diseño urbano. Junto a estas construcciones, se acomodaron, poco a poco,  otras para la producción vinícola en las afueras de las villas; de esta manera se van desarrollando los barrios de bodegas, diferenciando perfectamente en muchas poblaciones el hábitat de las personas y el reposado de los vinos.

Así llegamos a un XIX con una sociedad compartimentada en dos estamentos muy diferenciados entre sí:  los nobles y los humildes. Con los cereales asentados en las heredades más extensas y llanas para su producción, con los viñedos más arrinconados en las laderas y en los terrenos más dificultosos, con los olivos presentes en todas las jurisdicciones, con pequeños territorios para las huertas en las cercanías de las poblaciones y de los riachuelos y todo ello aliñado con un paisaje de ganado lanar, pastando en rebaños, de un lugar a otro.

El viñedo satisfacía la demanda promovida por las provincias hermanas, llevando los arrieros en sus carromatos el vino de año a las poblaciones más norteñas. Cruzaban la sierra más que el Ebro porque los arrieros “vitorianos y vizcaínos” eran los que llevaban en sus carromatos el vino desde las cuevas hasta las tabernas de las poblaciones vascongadas. Como muchas veces en la vida, las crisis y las dificultades provocan los cambios y las mejoras. Las enfermedades mortales del oídium y posteriormente del mildiu en los viñedos sembraron el pánico entre los cosecheros. A ello había que unir el desequilibrio entre la producción y la demanda que originaba ventas forzadas, porque el vino era producto anual y la competencia de Navarra y Aragón era muy superior. Esta alarma estuvo presente desde el inicio del siglo XIX, hasta que el Gobierno Foral de la Diputación de Alava quiso y supo poner solución a este drama en la zona.  Con esta intervención de Diputación impulsada en la década de 1960, aparece  la primera gran revolución moderna del vino riojano: traen un maestro de cueva francés (Jean Pineau) para que instruya a los cosecheros en los métodos bordeleses de producción vitivinícola, construyen puentes (Elciego y Baños) para cruzar el Ebro y abrir nuevos mercados a través de las líneas de ferrocarril, la Escuela Práctica de Agricultura asesora a los agricultores,….y se construye la primera bodega moderna en Elciego a cargo del Marqués de Riscal. La revolución promovida por Diputación sólo llega a calar totalmente en algunas grandes familias que disponen de medios para ello; pero también deja su poso en toda la zona: se realizan plantaciones en hileras para el laboreo con animales, se tratan las enfermedades con azufres y sulfatos, se introducen herramientas nuevas para el arado y la poda…

Tardará otro siglo en aparecer la segunda gran revolución, la más tumultuosa y generalizada en la población. Comienza con la mecanización de los trabajos, abandonando el ganado mular por los tractores y “mulas mecánicas”. La venida de inversores ajenos al territorio acelera los cambios, expandiéndose el viñedo en el territorio de una manera abrumadora. Las fincas del interior dedicadas al cereal cambian a éste por el barbado y el injerto, se expanden las plantaciones por el Oeste del territorio y mucho más aún por el Este; incluso hasta llega a los propios pies de la Sierra, situación nunca pensada anteriormente.

Así se ha forjado este armónico paisaje a lo largo de un milenio, donde conviven para nuestro disfrute y deleite fortalezas con sus murallas, cascos medievales, renacentistas, barrocos y más contemporáneos; grandes iglesias y basílicas, viñedos por doquier, olivos saliendo de su letargo…

En todo este paisaje el viñedo es el que cambia de vestido a la par que la naturaleza. El invierno duro hace que las vides se adormezcan y sumerjan en sus propias raíces esa savia que transmite vida y economía a la planta y al territorio, dejando el campo desnudo de vegetación. Las primeras lágrimas en los cortes de la poda nos recuerdan la llegada de la primavera. De ahí vienen los primeros brotes, el despliegue del armazón vegetal para sustentar el fruto, el engorde de la uva y el cambio de color de sus granos, vistiendo de verde todos los campos. El otoño ofrece el vestido más colorido y con los mejores cromatismos de nuestros viñedos, hasta que las primeras heladas cambian el ciclo y hasta las costumbres de las personas.

Un milenio para armonizar lo que hoy tenemos, transmitido de generación tras generación. En ese paisaje faltan las personas, las costumbres y la particular cultura que ha caminado y camina enriqueciendo aún más el patrimonio de este País de los viñedos de Alava llamado Rioja Alavesa.

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