Joxemari Olarra Agiriano
Militante de la izquierda abertzale

Empujón enérgico al independentismo

Si algo ha quedado patente durante todos estos meses en los que en la izquierda abertzale hemos estado reflexionando sobre el camino hecho y el horizonte que se nos presenta, es que hay que estar permanentemente generando acontecimientos e impedir la tentación de quedarse a expensas de las circunstancias aun cuando se crea estar en la cresta de la ola.

Hemos acudido mucho a la metáfora de las olas para concluir que no se puede surcarlas por inercia sino que hay que levantarlas. Somos un movimiento de transformación política y social, lo que implica de manera inexcusable el provocar acontecimientos sin pausa, pues sin una dinámica de esas caracteristicas nada se sustenta, nada avanza.

No olvidemos en ningún momento que el objetivo del cambio estratégico del conjunto de la izquierda abertzale no era la normalización para alcanzar un escenario de placidez política, de respiro y autocomplacencia, sino dar una sacudida radical al tablero, cambiar los parámetros de la lucha a otros más favorables y alcanzar la independencia.

Así, al principio de unilateralidad al que tanto apelamos cumplió perfectamente su función mientras significó encadenamiento de movimientos; pero, lamentablemente, fué perdiendo eficacia en la medida en que la otra parte adoptó la posición de no responder como se hubiera esperado. Entonces nos fuimos quedando a la expectativa de actuaciones ajenas y, por si fuera poco, expuestos a sus maniobras, que nos fueron llevando a una situación de parálisis, de no avance.

La clave de la unilateridad está, precisamende, en realizar un movimiento que lleve a una respuesta y, seguido, actuar en relación a ella. Si la otra parte nos coge la medida y no responde, es imperativo hacer un nuevo movimiento pues, de lo contrario, serán los demás quienes marquen los ritmos e incluso establezcan los escenarios.

Es cierto que los problemas con los que ha habido que lidiar han sido muchos y notables. Los ha habido interiores y exteriores; y también los de carácter interno provocados desde fuera, precisamente por no habernos movido con agilidad debida, con el talento exigible. Si se le deja la oportunidad al enemigo, está claro que acabarán apareciendo elementos políticamente patógenos que pueden acarrear problemas internos serios.

Quizás porque el cambio de la izquierda abertzale fue tan rápido y supuso un éxito político e institucional tan formidable, no nos adaptamos a los nuevos parámetros como hubiera sido deseable. Pasamos a otro ciclo político y lo hicimos de manera correcta, pero no llevamos a cabo de forma óptima el desarrollo de la correspondiente cultura política acorde al nuevo tiempo y las nuevas relaciones para fijar el camino a la independencia.
Eso provocó desorientación, laxitud de la ambición de victoria y una pérdida de ilusión que nos fue debilitando el empuje.

Entre lo propio, lo ajeno y la incapacidad para generar nuevos acontecimientos, las herramientas diseñadas sobre el papel, como la desobediencia, la confrontación democrática ó la sintonización de las instituciones al proceso soberanista se nos fueron quedando romas y no desarrollaron toda su potencialidad.

Pues bien, hemos identificado los fallos cometidos y analizado las carencias observadas; hemos cimentado con más firmeza nuestras bases y recorrido, todo ello con la vista puesta en la independencia y el socialismo.

¿Se podía haber hecho antes? Probablemente. Pero desde el presente ya no se corrige el pasado; lo que corresponde es afrontar este presente para alcanzar el futuro deseado. Y en eso estamos, porque si hay un buen análisis de la realidad y un proyecto político sólido siempre se está en el momento adecuado para presentar batalla. Siempre se está a tiempo.

Y es que son muchos y potentes, las batallas que tenemos planteadas  ya sobre el terreno y por las que debemos ir avanzando y cosechando triunfos para abrirle un segundo frente independentista al Estado español, que junto al proceso catalán nos conduzca a la soberanía nacional.

Por si alguien le cupiera alguna duda, ha quedado ya bien de manifiesto que España no tiene alternativa para nuestros planteamientos nacionales y que permanecerá en esa posición de abstracción de las realidades vasca y catalana mientras no seamos capaces de llevarle al Estado a un punto de choque democrático inevitable.

Llevar a España a ese momento determinante requiere una activación efectiva de todo el potencial soberanista, interiorizando profundamente en lo individual y en el subconsciente colectivo que estamos en el punto histórico indicado para colocar todas las fuerzas en el objetivo de la independencia; y, sobre todo, creérnoslo firmemente, empuñar sin vacilación alguna la absoluta certeza de que estamos en condiciones de alcanzar la emancipación nacional.

No es una creencia de fe ni un recurso retórico para sustentar la razón de ser de todo un movimiento político. Nada más lejos de eso. No hay condiciones objetivas y subjetivas para alcanzar la independencia de Euskal Herria. Lo que tenemos que hacer es creer en nuestra fuerza, en nuestra voluntad de poder; en la victoria. E ir a ella. Porque ya nos toca ser dueños de nuestro futuro nacional y social.

El independentismo debe ser extendido por toda la sociedad vasca, por toda Euskal Herria para que sea, no una ola, sino una marea implacable. Y para ello, el objetivo final y la ruta deben de estar perfectamente definidos para evitar desviaciones del camino ó fraudes que pretendan satisfacer las reclamaciones nacionales con cualquier tipo de replanteamiento territorial del Estado español .

Las pretensiones españolas de neutralizar el independentismo y esas otras que desde Euskal Herria abogan por pintorescas e indefinidas fórmulas neoforalistas comparten, a fin de cuentas, exactamente el mismo objetivo, que no es otro que hacer descarrilar el proceso de emancipación nacional desviándolo hacia algún tipo de rediseño de Estado que cambie las cosas para dejarlas igual a como están.

La única forma de evitar esa maniobra es fortalecer el independentismo, extenderlo en Euskal Herria y también situarlo con toda la potencia debida en los escenarios institucionales de tal manera que su voz sea ineludible.
    
Ese compromiso de la izquierda abertzale con la libertad de Euskal Herria y la independencia tiene enfrente dos retos inminentes con las urnas en las que tiene que dar la talla.

Los abertzales de izquierda tenemos la responsabilidad con nuestro voto de colocar a EH Bildu con todo el peso posible en el Parlamento español. Dadas las circunstancias en el tablero político español y la correlación de fuerzas que se prevé, allá se van a librar algunas batallas que nos interesan como nación.

El independentismo vasco y catalán tiene que ir a Madrid a pelear por los derechos nacionales de nuestros pueblos. En lo que corresponde a Euskal Herria, la única garantía de la defensa inexcusable de la independencia estará en la representación que alcance EH Bildu.

Unos meses después la cita electoral pasará a las Vascongadas. Si estar en Madrid es importante para luchar desde la misma metrópoli con otros pueblos en procesos soberanistas, convertirnos en la fuerza mayoritaria en Araba, Bizkaia y Gipuzkoa será el hito que afirmará el camino hacia la independencia de manera irreversible.

Si cuando se dan las condiciones siempre es buen momento para saltar, ahora, además, se nos presenta la oportunidad para hacerlo. Para darle un empujón enérgico y decidido al proceso independentista, convertirlo en una marea implacable y colocarnos con la mayor fuerza posible en todos los foros en los que se pueda luchar para ir acercando la soberanía nacional.

Es hora de comenzar a hacer realidad el sueño de la independencia.

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