Ander Jiménez Cava

Espacios liberados y grupos de expresión artística

Un grupo de música es un colectivo, es parte de la cultura, es una cuadrilla de personas que se junta en una bajera, para hacer música, para difundir ideas, para hacer ruido o para animar el ambiente. Un grupo es un proyecto independiente. Es diferente de un gaztetxe o de una okupa, de un colectivo de amantes del lobo ibérico, o de un restaurante vegano autogestionado.

Tocar en un grupo supone un gasto, no sólo monetario (instrumentos, cuerdas, gasolina, local…) también es el gasto del tiempo que uno sacrifica por una afición, o por una causa, o por un sueño. Llámalo como quieras. Lo sacrifica porque quiere, porque cree en algo, porque cree en el arte, o en la música, o en el ruido, o como vehículo de expresión de unas ideas que considera buenas, o porque cree que a veces es necesario amenizar el ambiente para hacer que esta puta vida sea más feliz. Pero también exige un compromiso, el tiempo para ensayar, para hablar, para componer, para mantenerlo con vida.

En un grupo puede tocar Juan, que es empresario de textiles, José, que es obrero manual cualificado con un buen sueldo, Susana, que es parlamentaria de las CUP y Antonio, que trabaja sólo tres días a la semana y no tiene contrato. Pueden tocar en un centro social para recaudar fondos para un pozo en Senegal o para la plataforma de afectados por la hipoteca y no cobrar nada. Es algo loable que hacen muchos grupos, pero no cobrar nada no significa que lo hagan gratis, es decir, que no les cueste nada. Lo hacen pagando. Lo hacen pagando porque tienen que pagar la gasolina, la cena, las cuerdas, las baquetas, los instrumentos, los amplis, el local… y fuera del concepto de valor monetario que establece la lógica capitalista, lo hacen pagando con su esfuerzo y su tiempo. Pero si lo hacen porque quieren, eso dice mucho bueno de ellos y ellas. Es realmente esperanzador saber que aún hay gente así en este mundo. De todos modos, y aunque un grupo sea un proyecto independiente, no se mueve en el vacío, no es ajeno a las relaciones sociales que se dan a su alrededor. No es una isla, como tampoco lo son los centros sociales y demás. Por eso sabemos que al tocar sin cobrar, el sacrificio de Antonio, que sólo trabaja tres días a la semana y no tiene contrato es mayor que el de Juan, que tiene una empresa de textiles. Y aunque como grupo hayan hecho exactamente lo mismo, la última semana del mes Antonio sólo comerá arroz blanco. No es el caso de José, que además de tener su sueldo, es su madre la que le prepara la comida y la cena. Mientras, para la parlamentaria es sólo una estrategia de marketing político que le permitirá seguir comiendo bien y aumentará su prestigio. Esto es una prueba de que, una cosa es que los centros sociales y demás se organicen al margen de la lógica de mercado capitalista, y otra cosa bien distinta es que se ignoren esas relaciones y se actúe como si esas relaciones no existieran en la sociedad. Ejemplo: «El gran cantautor Gerardo Pavón (que tiene varias mansiones en la playa) ha venido al gaztetxe sin cobrar un duro, qué tío más comprometido, ¡cuánta conciencia social! Mientras el mago Pitusín (que está sin curro y acaba de tener un bebé) ¡¡nos ha cobrado 200 euros!!¡Qué tío más jeta, es un vendido!» Si un centro social, okupa, etc., ignora las relaciones sociales que rodean al individuo que desarrolla una determinada actividad en dicho espacio, corre el riesgo de reproducir esa lógica capitalista, de asumirla sin más, y de perpetuarla, aunque no lo quiera.

Eso por un lado. Por otro, creo que la relación de los grupos musicales, los grupos de teatro, etc. ha de ser horizontal con los centros sociales, de igual a igual, son diferentes formas de expresión de la cultura, pero ninguna de ellas es superior a la otra, los grupos musicales, de teatro, etc., no son sucursales de los centros sociales, ni herramientas de éstas para alcanzar un fin. Aunque a veces puedan funcionar así. Ejemplo: «El gaztetxe necesita dinero, necesitamos la colaboración de las bandas del pueblo». En concreto en Euskal Herria, los gaztetxes, entre otras muchas cosas, han sido y son, con mucho, los más efectivos espacios de difusión de la cultura, de la música, del movimiento popular, etc. Una red de espacios libres con el que jamás ha podido soñar ningún estado del mundo, ni con todo su dinero de mierda ni con todos sus funcionarios de «cultura» a sueldo. El trabajo de miles de personas que de forma desinteresada han dado soporte a la cultura y al arte «desde abajo», ha sido necesario para un fenómeno así, para la creación de un circuito vivo de transmisión de la cultura alternativa, de saber popular, de rock y de lucha en muchos ámbitos. La gran ayuda que han prestado y prestan los gaztetxes a infinidad de grupos, promocionándolos, dejándoles un espacio donde tocar, etc., no tiene nombre, sólo es posible cuando las relaciones se dan entre iguales, al margen de la lógica del capital. Y entre iguales, también quiere decir, la no utilización de ciertos grupos para sacar dinero (sin que importe la «sostenibilidad» de dicho grupo), y luego utilizar ese dinero para traer a un grupo de Euskadi Gaztea que cobra miles de euros. No. Eso no es honesto. Así como tampoco es honesto la actitud de esos grupos que van a tocar al gaztetxe con las exigencias por delante, como si fueran estrellitas, sin el más mínimo respeto al trabajo desinteresado de la peña, quejándose de la cena, sin respetar los horarios y creyéndose que están en una sala.

Y así, algún día, compañeras y compañeros, si nuestra lucha es compartida, comprensiva y horizontal, y la relación entre espacios liberados y grupos musicales (o cualquier grupo de expresión artística) es una relación de reciprocidad, de igual a igual, puede que veamos al último Melendi colgado con las tripas del último Alejandro Sanz. Porque tocar en un grupo, ser músico, etc., no debe ser un privilegio. Porque construir cultura popular es una necesidad.

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