Joxemari Olarra Agiriano
Militante de la izquierda abertzale

Luchar para abrir las puertas al porvenir

Durante los últimos decenios del pasado siglo y los albores de este, en un contexto de sociedades europeas adormecidas y con izquierdas desorientadas y domésticas, la lucha del pueblo vasco representó un ejemplo luminoso para todos los sectores comprometidos y rebeldes de Europa.

Aunque la mayoría no entendiera las genuinas razones del conflicto político e incluso discrepando con el uso de la violencia, la izquierda coherente europea, progresistas, juventudes alternativas reconocían con admiración el carácter rebelde, insumiso, luchador de nuestro pueblo resistiendo a la asimilación frente a estados que niegan su identidad y reprimen sin miramientos.

Es indiscutible que muchos no sabían ni porque luchábamos, pero el hecho de mantenerse en pie y combatir contra el Estado cuando Europa era un erial de izquierdas amaestradas y sociedades grises dotaba a nuestro compromiso de tintes épicos.

La clave de esa admiración estaba en el valor que desde tiempo inmemorial los vascos hemos dado a la lucha, así como a las características de colectividad, compromiso, de militancia con que siempre hemos desarrollado el activismo. Quizás por haber sido un pueblo pequeño rodeado de potencias expansionistas y criminales tuvimos que sembrar en nuestro ADN de pueblo ese espíritu de lucha para sobrevivir y permanecer como nación sobre la tierra de nuestros antepasados.

La lucha y solo la lucha, expresada en cada tiempo según lo correspondiente, ha sido clave y garantía de que en este siglo XXI Euskal Herria siga siendo una nación viva que mantiene sus señas de identidad, idioma, idiosincrasia particular por encima de todos los avatares. Sin la lucha y el compromiso militante individual y colectivo por la dignidad nacional no habríamos llegado hasta aquí sobreponiéndonos a dos estados conjurados para borrarnos del mapa y hasta de la historia. Sin la lucha ya no seríamos más que una referencia a pie de página pues España y Francia habrían disuelto nuestro pasado y no quedaría de nosotros ni la huella.

Gracias a la lucha seguimos vivos y en pie; lucha unas veces en paz y otras en guerra pues cada tiempo, cada ciclo histórico tiene su forma de llevarlo a cabo. Porque la lucha como acción organizada es la fuerza que ha movido la Historia, que ha emancipado a las clases sometidas, que ha dado a luz naciones libres.

Pero si bien el valor de la lucha es lo que ha mantenido Euskal Herria viva y el concepto de militancia política la clave del desarrollo y fortaleza de la izquierda abertzale, el cambio estratégico que afrontamos hace unos años ha producido algunas disfunciones que han diluido en cierta medida conceptos fundamentales relativos a valores que tradicionalmente han caracterizado nuestro movimiento de liberación nacional y social.

Dejar atrás un largo ciclo de enfrentamiento de determinadas características para afrontar otro comprometido con las vías exclusivamente políticas y democráticas no significa abandonar la confrontación con el Estado, relajar los brazos, entrar en zona de confort. Lo único que cambia de esta renovación estratégica es la radical variación de las formas de enfrentamiento, manteniendo la esencia de nuestro carácter, algo irrenunciable por principio.

La lucha es lo que nos define, nuestro rasgo de identidad inclaudicable, lo que nos ha permitido no sólo resistir frente a la represión criminal del Estado sino incluso desde su mismo vientre infame construir nación dando un aliento nuevo a nuestra patria, Euskal Herria.

Entendámoslo bien, la lucha no es algo que quedó en el pasado, sino que es más futuro que nunca, porque es precisamente su fuerza la única con la que podremos abrir de par en par las puertas del porvenir.

Que aboguemos por escenarios de convivencia y paz hacia la soberanía no tiene nada que ver con el aborregamiento, con aceptación de marcos impuestos o con laxitud del valor de la lucha en aras de la acumulación de fuerzas y la centralidad política. Entrar en los parámetros democráticos no es sinónimo de abandonarse a la asimilación por el sistema y pasar a ser unos agentes más del juego de la política convencional. Si algún abertzale de izquierda piensa que la cosa va por ahí, está muy equivocado.

La clave de este ciclo en el que entramos hace pocos años no es navegar felizmente en la calma chicha del sistema sino levantar en él tormentas de rebeldía que lo subviertan, despejando el horizonte de la independencia.

La ilusión por el porvenir alimenta el deseo de comprometerse y luchar; pero es precisamente la lucha lo que convierte en victorias ese impulso rebelde de la ilusión. Esa rebeldía es el germen del cambio; es la rebeldía que se ha ido transmitiendo generación tras generación de vascos. Los jóvenes, los que lo fuimos, los que lo son, los que serán no quieren discursos vacíos porque eso no hace brillar las generaciones. Los de ahora, como los de siempre, necesitan formación y acción, acumular experiencias, necesitan el alma de la lucha.

Ilusión para luchar y lucha para materializar los objetivos de la ilusión. Esta es la bandera orgullosa que siempre ha mantenido en alto la izquierda abertzale y que hoy debemos izar más firme si cabe, porque estamos en la fase de recuperar nuestra soberanía nacional e integridad territorial.

Hay algunos que ponen la palabra lucha en cada frase para plantar un frente de árboles de cartón que tape la miseria de un bosque desolado y proclamar que fuera de él todo es reformismo y claudicación. Nosotros no somos así, y más allá de la nebulosa de ese infantilismo retórico, la izquierda abertzale debe reforzar los valores que nos caracterizan.

Vivimos tiempos en que conceptos como lucha o militancia se han ido debilitando. Atentos a ello y sin encallar en anacronías, debemos seguir desarrollando esos conceptos y hacerlo no sólo en el plano ideológico, sino principalmente desde el práctico, porque sigue siendo imprescindible una praxis revolucionaria de confrontación contra lo que se nos impone, contra lo que nos somete; en definitiva, contra el colonialismo, que aunque suene a otro siglo el objetivo de asimilación de un pueblo ocupado es el mismo aunque estemos en el siglo XXI.

Queremos ser polo de referencia hacia la independencia. Eso supone mantener la tensión contra el Estado, desarrollar la confrontación democrática; recuperar la calle. Recuperar Euskal Herria para el pueblo vasco encendiendo tensión contra la ocupación, el colonialismo, la asimilación cultural y política con la que quieren disolvernos en su nada, en su decadencia franco-española.

Exceptuando el tema sobre conflicto y herencia política, en esta campaña electoral se ha respirado un aire renovado y fresco porque la izquierda abertzale ha batallado con espíritu de lucha ¡Y vaya si ha dado frutos! Luchar siempre compensa; y mucho más ahora, que estamos en el momento de ir materializando pasos irreversibles a la emancipación nacional.

Pero el porvenir está más allá de los votos, aunque la pretensión sea aglutinar una arrolladora mayoría que quiere vivir en un Estado más digno, más justo, con mejor calidad de vida y enraizado en nuestra nación vasca; que ve su futuro más prometedor en el Estado de Euskal Herria.

Hay que abrirle a España el segundo frente por la independencia. El pueblo catalán ya avanza por el suyo. Debemos combatir con energía, con decisión, con una hoja de ruta práctica, avanzando etapas y entrando en terrenos que hagan tope con el Estado.

La lucha es la herramienta para hacer camino, ser cada vez más y dar el salto a la independencia; para un nuevo y mejor porvenir.

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