iñigo Andiarena Flamarique

La humillación silenciosa

Pues va y resulta que para lo que a todos nosotros fue una humillación vergonzosa provocada por unos desalmados, para las afectadas resultó ser una gran día. «¡Ojalá nos humillen así todos los días!» ¿A qué ser humano le gusta ser humillado? Algo no me cuadra.

Y es que puede que sea cierto y que todo dependa del cristal con que se mire. Reconozco que desde mi caja tonta de 42 pulgadas, cuando vi a esos hooligans holandeses lanzar monedas a las mendigas en Plaza Mayor en Madrid, sentí un escalofrío.

Pero claro, tras sus declaraciones en las que quitan hierro al comportamiento de los aficionados holandeses, incluso lo avalan por los 40€ recaudados, hacen cuestionarme que quizá el verdadero malnacido sea yo.

Quizá ya me haya convertido en un monstruo que, pese a no reírse jamás de las susodichas, ha hecho de la pasividad y del silencio un arma. Lenta y letal.

Quizá debería agradecer a unos desalmados el haber dado vida a un grupo de mendigas a quien yo, con mis «no, lo siento» y mis escapistas miradas, había convertido ya en inerte mobiliario urbano.

Qué vergüenza que unos hooligans humillaran a unas mendigas a quien yo no me atreví a mirar a los ojos jamás.

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