Euskal Herria tiene un partido que jugar en el planeta fútbol

Leer “También nos roban el fútbol” de Ángel y María Cappa es un buen modo de recordar la tremenda repercusión económica de este deporte y el modo en que el capitalismo lo ha canibalizado. Su impacto político queda también fuera de duda: ningún gobierno del mundo se resiste a la tentación de explotarlo. No deja de sorprender cómo un deporte tan simple, apenas una pelota y dos porterías, ha llegado a desencadenar tal torrente de emociones y también de intereses a nivel planetario. Como quiera que en la base, conviene recordarlo, hay solo un juego, antes que nada toca destacar que la temporada que concluye era histórica al inicio y lo será también al final: pese a que el descenso de Osasuna empañe el balance, jamás hubo cuatro equipos vascos entre los nueve primeros de la mejor Liga masculina a nivel futbolístico (en la que además los dos-tres primeros puestos quedan copados por otras tantas superpotencias) y dos más entre los ocho primeros de la femenina. A falta aún del broche del sábado, con el Alavés disputando al Barcelona la final de Copa.

Pese a esa feísima tendencia moderna que pone el foco en el estrellato individual (de nuevo el capitalismo), el fútbol es un deporte intrínsecamente colectivo. Y también es colectivo este éxito del fútbol vasco: se nutre de la materia prima de jugadores de calidad y comprometidos, supliendo el éxodo de los Xabi Alonso, Javi Martínez, Monreal, Azpilicueta, Irene Paredes o Marta Unzué; de la mejor generación de entrenadores vascos conocida (Valverde o Mendilibar, sin olvidar a Emery, Gracia, Deschamps o Lopetegi); de aficiones masivas y fieles (cualquier entendido destaca que estadios como San Mamés o El Sadar ganan puntos por sí solos); de dirigentes que últimamente están gestionando con acierto (Real Sociedad, Alavés y el increíble milagro asentado del Eibar)... Pero sin obviar tampoco el colchón institucional con que han contado en tiempos de zozobra e incluso en los de bonanza: financiación de estadios, fiscalidad, patrocinios... Lo privado y lo público se funden por tanto en el buen balance de las ligas que hoy acaban, y deben meterse también en la ecuación de futuro.

Burbuja o sostenibilidad

La burbuja futbolística no es un fenómeno puntual, sino cíclico: baste recordar que el Estado español rescató a los clubes dos veces seguidas (en apenas cinco años entre los 80 y 90) y las deudas volvieron a dispararse hace una década, aunque ahora se han reconducido con normas de estricto control financiero. La televisión es a la vez oportunidad y trampa: los cinco vascos de Primera han recibido este año 250 millones solo por este concepto, lo que en casos como el Eibar viene a cubrir casi todo el presupuesto. Una desmesura que supone una invitación al despilfarro en fichajes, a la relegación de las canteras, al abuso en infraestructuras excesivas, al menosprecio de la hinchada... y a repetir, en resumen, los peores errores históricos de cada club.

Frente a estas tentaciones peligrosas, la tranquilidad deportiva alcanzada esta temporada es una excelente ocasión para reinvertir los réditos actuales en esos valores colectivos que sustentan al fútbol vasco: potenciar la cantera propia, primar a las hinchadas maltratadas por la LFP, analizar los múltiples modos que un club de élite tiene de hacer aportaciones sociales que compensen las ayudas públicas... pensar en el futuro en clave de sostenibilidad, en definitiva. Tampoco resulta utópico, pese a la inevitable competencia deportiva, establecer sinergias entre los clubes, por ejemplo para que los derbis vuelvan a ser lo que fueron en beneficio de todos. La colaboración/fusión que están cerrando en Nafarroa Osasuna y el Xota de fútbol-sala, que incluso puede acabar dando uso al Navarra Arena, parece un buen ejemplo.

Proyección política y oficialidad

En lo político también hay una reflexión que hacer: GARA ha sido una excepción este año dando tratamiento informativo prioritario a todos los 20 derbis entre los cinco equipos vascos de Primera. Todos representan a un mismo país, pero desgraciadamente esto lo saben y lo sienten mucho más sus aficiones que sus dirigentes políticos, rara avis en el planeta al desdeñar este potencial simbólico. La crisis de la Selección vasca es el exponente superior de esta dejación; agotada definitivamente la fase de la mera exhibición folclórica, la reflexión abierta debe dar paso a la apuesta definitiva por la oficialidad. ¿Cómo puede Euskal Herria no tener hoy el estatus de Andorra, Gibraltar o Islas Feroe en la UEFA?

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