La precariedad es un régimen político

Millones de trabajadores se movilizarán en todo el mundo este Primero de Mayo para denunciar la precariedad laboral; o como ahora la denomina la Organización Internacional del Trabajo «empleo atípico». Un eufemismo que recoge situaciones diversas entre las que destacan los contratos temporales, el empleo a tiempo parcial, el uso de ETTs o los falsos autónomos. A la vista de la gran variedad de condiciones de trabajo precarias que enfrenta la clase trabajadora parece evidente que la tantas veces mencionada recuperación económica se está caracterizando, sobre todo, por un despliegue de nuevas formas de relaciones laborales efímeras.

Sin lugar a dudas, la precariedad laboral se ha convertido en el signo de los tiempos. Si en el ámbito económico está modificando las relaciones de poder entre el capital y el trabajo, su impacto en el ámbito político es todavía mayor. Las nuevas relaciones laborales destruyen la existencia privada al someter la vida a los vaivenes de la necesidad empresarial. Pero también convierten el futuro en algo incierto. Y cuando el mañana se vuelve difuso se pierde la convicción y la esperanza necesarias para rebelarse e intentar cambiar el presente. En un contexto inestable, la inseguridad actúa directamente sobre los trabajadores e, indirectamente, sobre todas las personas a través del temor que provoca. De este modo, la precariedad se ha convertido en una forma de dominación basada en un estado generalizado y permanente de inseguridad que busca la sumisión de toda la sociedad.

Lo que se presenta como una necesidad económica es, en realidad, un autentico régimen político que pretende evitar la emancipación social. Plantear lógicas ajenas a la necesidad económica que pongan el acento en recuperar la comunidad, la soberanía política y planteen nuevos modos de distribuir el tiempo productivo y reproductivo es el reto al que hace frente el movimiento obrero, pero también toda la sociedad.

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