Un ser humano descomunal, un gigante de la revolución

Clarividente, perspicaz, osado, resiliente, testarudo e inspirador; en una palabra, revolucionario. Así definen a Fidel Castro algunos de quienes mejor lo han conocido. Sus ideas y sus actos –en realidad la cercanía entre las unas y los otros– hicieron de él un referente mundial para aquellos que creen en el socialismo y en la igualdad entre todas las personas. Ha muerto a los 90 años en La Habana, tras cerca de una década retirado de la primera fila, pero estando muy presente en la sociedad cubana y en el imaginario emancipatorio universal. Incluso sus adversarios han admitido de un modo u otro su grandeza, su influencia, y han mostrado respeto a su figura.  

Fue un longevo gigante que convivió con pasajeros mandatarios anodinos, mediocres o despreciables. «El último grande del siglo XX», tal y como lo definía ayer mismo “La Jornada”. Oficialmente era el representante de una pequeña isla de apenas 11 millones de habitantes, sin grandes riquezas pero con una historia de luchas de liberación apasionante. En realidad, desde aquel 1 de enero de 1959 en que entró en Santiago con sus compañeros y compañeras, Fidel se había convertido  en el símbolo de la lucha de millones de personas a lo largo y ancho del mundo. El internacionalismo marcó su política, con las campañas de alfabetización en países vecinos, las misiones de personal sanitario e ingenieros cubanos en diferentes épocas y regiones, su ayuda militar en el derrocamiento del régimen racista en Angola o su papel activo en la derrota del Apartheid en Sudáfrica. Nelson Mandela lo recordó y se lo agradeció personalmente al ser liberado: la revolución cubana «es una fuente de inspiración para todas las personas que aman la libertad». Los ignorantes deberían admitir, como mínimo, que ni aquel fue un santo ni este era un demonio. Convirtió a Cuba en la primera potencia mundial en solidaridad, haciendo de la Educación y la Salud prioridades por encima de todo. En esos terrenos, sigue siendo un modelo global de políticas públicas.

Tenía cargo militar, incluso se le conocía por él, Comandante, y sin embargo sus campos de batalla fueron sobre todo la política y las ideas. Es cierto que venció varias guerras que a priori nadie pensó que pudiese ganar. Primero contra la dictadura de Batista, luego contra el imperialismo que acechaba a apenas 150 kilómetros de sus costas. EEUU incluso lanzó una fallida invasión en 1961, que Fidel Castro combatió desde el frente en Playa Girón, lo que acrecentó su leyenda. Ser ejemplo fue una de las máximas de su trayectoria, un principio ético y político que compartía con el Che Guevara.

La caída de la Unión Soviética convirtió al Estado cubano en el último bastión del socialismo. La revolución vino acompañada de la inercia del momento histórico, con los procesos de descolonización y los movimientos insurgentes en desarrollo. Cuba había sido un agente crucial de la denominada Guerra Fría. Ahora el ciclo que se abría era el opuesto. Bloqueado económicamente, en riesgo de caer aislado geopolíticamente y abandonado ideológicamente, tuvo que reinventarse durante el denominado «periodo especial». El coste humano y emocional fue terrible para la isla y sus habitantes, con miles de personas exiliadas. Una segunda ola de discrepancias devino en disidencias y el Gobierno cubano fue implacable. Estaba en juego la supervivencia del proyecto socialista. Este periodo dejó taras y contradicciones difíciles de gestionar para la revolución, algunas que suponen retos para la Cuba actual. Sin embargo, también fueron capaces de ser flexibles y pasar de posturas autoritarias y negacionistas a ejercer de pioneros en terrenos como la homosexualidad y el sida. La revolución es ante todo una lucha por la emancipación.

Fidel ha muerto tras al acuerdo entre su hermano Raul y Barack Obama para descongelar relaciones entre la isla y EEUU. Más allá del espaldarazo moral de este acuerdo, los retos son inmensos. La Habana se ha convertido además en un nodo de resolución de conflictos, como en el caso de Colombia. También en tierra de asilo, algo que los vascos siempre tendrán que agradecerle.

Además de un legado simbólico, Fidel deja un legado ideológico muy potente, recitado en sus discursos, compilado en sus políticas y recogido en varios libros. Un legado que transmite un idealismo astuto, unos principios firmes combinados con una lucha pragmática, una épica sin nostalgias necias y un enfoque permanente a futuro. Los valores de la revolución cubana sobreviven al revolucionario eterno al que la historia no solo absolvió, sino que dio categoría de gigante.

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