Una movilización que insufla perspectiva y marca dirección

La movilización de ayer para reivindicar el regreso de los presos vascos a casa supone un reforzamiento de la solidaridad y una renovación del compromiso con el destino de los militantes encarcelados por parte de su comunidad más cercana, de su familia política. En un primer apunte, se puede afirmar que esta iniciativa, que es parte del proceso «Abian» que está llevando adelante la izquierda abertzale en su conjunto, ha dejado una impresión muy positiva en esa comunidad, tanto dentro como fuera de las cárceles. En general, reaviva el pulso político de ese movimiento desde la base y, en particular, junto con otras iniciativas que se han desarrollado estas semanas, sirve para devolver la cuestión de los prisioneros y prisioneras a la agenda en parámetros de conflicto político y de resolución ordenada del mismo.  

Un eje que en esta nueva fase nunca ha desaparecido ni del relato, ni del programa ni de las prioridades de ese movimiento. Pero que en la medida que ha sido el vértice en el que los estados han logrado establecer un bloqueo más evidente –tienen las llaves, una legislación de excepción, escasa vigilancia externa, casi ninguna presión interna y una voluntad vengativa ciega–, ha sido el terreno en el que se ha querido situar el fracaso de la nueva estrategia y, en general, de los objetivos estratégicos de esta tradición política. Un relato de la derrota que, sorprendentemente, comparten unos y otros frente a toda evidencia, argumento o incluso interés.

Nostalgia, superioridad, gestión y organización

A nadie escapa que las marchas tienen elementos que pueden conducir a la nostalgia, al recuerdo de movilizaciones anteriores que han quedado grabadas en el archivo emocional de ese movimiento. En muchos casos, se trata de una nostalgia de lo vivido, en otros ni siquiera eso. Es una oportunidad de experimentar en primera persona lo que les han contado, bien porque cuando sucedieron aquellas otras marchas no tenían edad suficiente o porque, desgraciadamente, ellos y ellas eran entonces los destinatarios de esa solidaridad. Para esos expresos y expresas esta experiencia tiene un sentido especial, un profundo significado. En cualquier caso, esa vivencia tiene un valor político y simbólico que no conviene despreciar.

Asimismo, la iniciativa quedaría coja si no se sitúa en un escenario político que, digan lo que digan quienes defienden el esquema de «vencedores y vencidos» a cualquier precio, ha cambiado radicalmente. También dentro de una estrategia que, además de ser la principal causante de ese cambio en marcha, tiene un potencial político tremendo para lograr los objetivos de aquellos que cayeron presos por razones políticas.

Quienes apoyan totalmente a los presos y sus causas son conscientes de que en la lucha para repatriar y liberar a esos ciudadanos vascos han de ir de la mano con personas que no comparten su visión política. En esa discrepancia, la distancia es igual entre unos y otros. Aceptarlo es una cuestión básica de respeto, la base para la empatía y la condición para realizar un trabajo común. Lo contrario es querer establecer una superioridad moral, precisamente la que quieren ostentar quienes han sostenido y sostienen las leyes de excepción, la dispersión y todas sus consecuencias. Quienes, en definitiva, defienden de un modo u otro la violación de derechos humanos. Una minoría que en Euskal Herria vive de la inercia, de los esquemas tradicionales del conflicto, los que hay que quebrar para poder avanzar.

Frente a ese discurso de superioridad, negacionista de la realidad, inhibidor de la responsabilidad propia y efectivo solamente por el desequilibrio de poder provocado por la segregación política, existe una historia de injusticia y sufrimiento que resulta inapelable. Sin ir más lejos, tal y como recordaban los expresos irlandeses Martina Anderson y Paul Kavanagh, la existencia de 16 familiares muertos yendo a visitas que no han sido reconocidas como víctimas es una consecuencia del conflicto que nadie puede defender sin caer en el cinismo o la crueldad. ¿Accidentes? Un poco de respeto. Y es uno de los escenarios que habría que evitar a toda costa, lo que vuelve a poner sobre la mesa la prioridad de terminar con la dispersión ya.

Más allá de la movilización, importante, hay que ahondar en la organización, en la estructuración de un movimiento diverso, que vertebre estos objetivos en agendas particulares y en una común, dentro de una estrategia eficaz, que los traiga a casa a todos y todas cuanto antes.

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