Hay que seguir hablando de Gaza. Hay que continuar denunciando el genocidio del pueblo palestino. Hay que condenar al gobierno sionista de Israel e incluir a Netanyahu y a su ejecutivo entre los grandes criminales de la Historia. Hay que gritar que «Gaza se muere de hambre», como dice la ONU en un relato que obvia el cínico silencio de los países que forman parte de ella. Hay que seguir hablando de Gaza aunque nos repitamos, aunque se hayan acabado las palabras nuevas y las imágenes del hambre y la muerte parezcan siempre la misma, porque el horror es uno y no tiene matices, ni perspectivas diferentes, ni argumentos y mucho menos justificaciones o análisis políticos. Hay que hablar de Gaza porque callar es aceptar y porque el silencio mediático o social conduce al olvido y el olvido es la mejor forma de robar la verdad. Hay que clamar contra las bombas y el hambre que matan a la infancia palestina porque no es una realidad virtual. Está ahí, más allá del televisor, existe y avanza, mientras aquí, en Europa, miramos el verano y vivimos. Hay que perseverar en la lucha por Gaza porque organizar la esperanza es, ante todo, una cualidad y una acción revolucionaria. Tal vez entonces, consigamos que las generaciones futuras no estudien nuestro tiempo como una época de indiferencia culpable.
