Mis amigas están en Egipto, en la Marcha a Gaza. El miércoles, de madrugada, recibí un audio contándome en voz baja que, en ese instante, militares egipcios estaban irrumpiendo violentamente en el hotel deteniendo a activistas de varios países. «Nos hemos cerrado con llave y no tenemos intención de abrir», advirtieron con firmeza. Dos compañeras fueron arrestadas y liberadas horas después. Al escribir estas líneas, varios participantes de Euskal Herria ya han sido deportados y mis amigas se preparan para salir de El Cairo camino de la militarizada península del Sinaí. Siento un respeto orgulloso hacia todas las personas que quieren llegar hasta Rafah, al sur de la franja de Gaza, para apoyar al pueblo palestino y enfrentarse así a la política genocida de Netanyahu y EEUU. Pero... lo que siento por ellas es especial, solidaridad generacional, diría yo. En sus mochilas, además de edad, llevan años de militancia, de luchas laborales, de reivindicaciones feministas y de batallar con la vida. «Mujeres de fuego», les llama Silvio en su canción, «mujeres que estremecen», dice, siempre aliadas con el lado valiente de la historia y nunca con los silencios cómplices de los intereses económicos de la UE, de Ursula von der Leyen o de tantas mujeres que miran el mundo desde un privilegiado techo de cristal.