Ha transcurrido una semana desde que Hamas respondió a las agresiones criminales de Israel con una ofensiva inesperada en territorio israelí. Desde entonces se ha escrito intensamente sobre ello. Diría que se han agotado las palabras para contar lo que está sucediendo en Gaza. Es como si el humanismo del lenguaje hubiese muerto y fuese urgente inventar otro más verdadero, ya sea desde el análisis y la denuncia política o desde el testimonio de la desolación y el sufrimiento de Palestina. Nos repetimos en las condenas, en las reflexiones políticas, en el interés del relato histórico oficial y nos perdemos en la moderación internacional del derecho del pueblo palestino a ser, a existir y a defenderse. Se habla mucho de guerra entre Israel y Palestina, del «terrorismo» palestino y poco de la ocupación y de los intereses económicos y genocidas del gobierno de Israel. Me reafirmó en lo que escribí aquí, en GARA, el 15 de mayo del 2022. «Desde que Ben Gurion proclamó la independencia de Israel (14 de mayo de 1948), el genocidio ha estado presente en el proyecto político del sionismo. Un genocidio calculado que ha dejado en las cunetas de la historia millones de muertes y refugiados». En días como estos, miro el mundo y no me reconozco en él. ¿Por qué duele tanto el derecho a existir?
