Anjel Ordóñez
Anjel Ordóñez
Periodista

Infierno y venganza

Los principales responsables del Gobierno de Benjamin Netanyahu, como respuesta oficial e inmediata a las brutales acciones de Hamás del pasado día 7, no tuvieron ningún rubor en prometer venganza sin cuartel: «Solo habrá destrucción en Gaza». Y eran más gráficos todavía: «Queríais un infierno y tendréis un infierno».

Me pregunto por qué razón, cuando han cumplido fiel y rigurosamente su amenaza atacando el hospital Al-Ahli y asesinando a cientos de civiles, niegan cualquier responsabilidad. Y me respondo: demasiados muertos inocentes para Biden, para su pulcra imagen de demócrata. Pues, amigo Joe, ya han muerto masacrados más de 700 niños y niñas, la ciudad arde arrasada como consecuencia de los miles de bombas arrojadas sobre sus calles, cientos de miles de ciudadanos han tenido que abandonar sus hogares... El infierno prometido.

Lo ha dicho alto y claro Raz Segal, profesor de estudios del Holocausto y Genocidio en la Universidad de Stockton: el ataque inmisericorde e indiscriminado de Israel contra la población de Gaza es «un caso de genocidio de manual». Y me vuelvo a preguntar qué sutil diferencia existe entre los responsables del estado sionista, que denominan a los habitantes de Gaza «animales humanos» para justificar sus crímenes de guerra, y aquellos que promulgaron las Leyes de Nuremberg en 1935 bajo el precepto de que el judío era una lacra social insertada en el pueblo alemán que debía ser «extirpada como un tumor cancerígeno», y que acabaron con la vida de dos tercios de los judíos en Europa.

Fue la comunidad internacional, en el contexto de la posguerra y los horrores del genocidio nazi, la que provocó la Nakba, el desastre que supuso la expulsión masiva de palestinos árabes de sus tierras para facilitar la creación artificial del Estado de Israel. Y ha de ser la comunidad internacional la que intervenga de manera decidida en la resolución de un conflicto que hace demasiado tiempo que discurre por el camino de la venganza y que amenaza con convertirse en mucho más que una tolerable molestia periódica para las cancillerías occidentales.

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