Desconfío de las proclamas sobre comportamientos individuales como motor de grandes cambios. No desconozco que la lucha por los derechos civiles se ha alimentado de pequeños gestos; tampoco que la educación en la responsabilidad es fundamental ni que, como consumidores, nuestras decisiones particulares tienen efectos. Sin embargo, tuerzo el morro cuando me dicen que la sequía depende de que cierre el grifo al lavarme los dientes y que lo que necesitan los temporeros para tener derechos laborales es que mire el origen de las mandarinas en el super. Mi escepticismo no es una defensa del entreguismo ni una excusa para tomar la posición más cómoda. Se basa en una creencia de que es la acción colectiva la que tiene verdadero sentido y potencial para lograr cambios. Y mantengo esta fe en todo menos en una cosa: estoy convencido de que la gente que cocina habitualmente en su casa realiza un acto revolucionario y que encierra una resistencia individual que vale mucho la pena. Para empezar, cocinar evita de entrada las plataformas de «delivery», tan problemáticas desde el punto no solo alimenticio sino laboral, y también los platos preparados de los supermercados. Pero además, estar en una cocina requiere tiempo y constituye un acto de rebeldía contra la cultura del «no me da la vida». Imprime también una reflexión sobre lo que comes, por tanto, sobre lo que compras. Y sobre lo que consumes, sobre cómo lo almacenarás, cómo lo aprovecharás, cómo gestionarás su residuo. Es, además, una fórmula para ahorrar. Pero, sobre todo, la cocina es una forma de cuidar de otros, una actividad que convendría que estuviese presente en todas las etapas de nuestra vida, pero que muchas veces no lo está. De hecho, quizás he hecho un poco de trampa al inicio, porque de todas las cosas individuales, cocinar es una que suele hacerse solo pero tiene efectos colectivos. Por si aún no he convencido de que el sartén es el kalashnikov de nuestros días, recordaré las palabras de Juan Roig, dueño de Mercadona: «A mitad del siglo XXI en las casas no habrá cocinas». ¡A los fogones, camaradas!