El auto firmado por el juez Leopoldo Puente para mantener la libertad al exministro José Luis Ábalos incluía una «coda», en palabras del magistrado, que solo puede calificarse de alucinante. Aseguraba el togado que causa «estupor» que el exministro pueda mantener su escaño mientras es investigado por tan graves delitos y proponía al Congreso modificar su reglamento para suspender a los electos en su situación.No soy ingenuo y ya sé que hace tiempo que algunos elementos del Poder Judicial han sobrepasado la separación de poderes. Lo han hecho tantas veces que la lista no cabría aquí. Lo que sorprende en este caso es la naturalidad y la transparencia con la que se incluye un comentario de esta índole en un auto firmado por un juez del Supremo. Un alto poder del Estado le pide a otro que haga algo que contribuiría a su subordinación y que le restaría independencia. Y lo hace con una ligereza que pasma.Es interesante leer las discusiones de los padres de las democracias modernas en Francia, Reino Unido o Estados Unidos sobre los problemas que intuían que podrían tener sus regímenes. Hay diferentes enfoques, pero la mayoría coinciden en el empeño, no solo de la separación de poderes, sino de poner contrapesos ante la posibilidad de que uno de los tres brazos del Estado se descontrolara. La idea de un Ejecutivo tiránico, un Legislativo populista o un Judicial con ganas de imponerse al resto forman parte de los temores primarios de las democracias.Cada país que ahora lidia con tensiones antidemocráticas está teniendo su vía particular para la degeneración. En el Estado español está costando mucho que se entienda y que se acepte por sectores demócratas pero inmovilistas, o quizás miedosos, que es el Poder Judicial el que en este momento representa el reto más duro. La puerta de entrada para la extrema derecha y, sin duda, el poder que está más descontrolado. «Codas» y comentarios como la del magistrado Puente son tan cristalinas que quizás ayuden a alguien a verlo.