La telenovela política por excelencia de los últimos meses han sido los encontronazos entre dos corrientes de la izquierda española, una agrupada bajo la marca Sumar, de la vicepresidenta Yolanda Díaz, y la otra Podemos, que lidera la ministra Ione Belarra pero que no se entiende sin la influencia de Pablo Iglesias. No resumo la discusión porque ya la han podido leer, por tortuosos fascículos, en las páginas de este diario.
No tiene tanto interés analizar el desacuerdo como mirar en qué coinciden. Las dos familias están en guerra pese a que tienen una estrategia calcada para el futuro. Cuesta incluso encontrar los matices entre lo que defienden en la práctica Díaz e Iglesias. Ambos proponen continuar en la ruta de la incidencia pragmática ante la Moncloa, lo que se traduce en reeditar la coalición de Gobierno e intentar conquistas clave para la izquierda estirando del PSOE. A cambio, encajar las contradicciones que implica sostener a Sánchez a toda costa.
De hecho esta es también, mutatis mutandis, la posición de casi todas las izquierdas en el Congreso, de ERC y EH Bildu a Más País o Compromís. Cada uno tiene sus propias razones. Pero, realmente, ¿tan buenos han sido los resultados de estos últimos cuatro años para que ninguno se plantee retocar nada en su plan? ¿De verdad todo el mundo ve normal que el debate sean las marcas, las primarias o los relatos electorales, y no la posición de las izquierdas a medio plazo?
Creo que es sabido que no me cuento entre los críticos furibundos contra este Gobierno ni contra la decisión del conjunto de las izquierdas de investir a Sánchez. Me reafirmo hoy en que fue un acierto en su momento y acepto que quizás no haya mejor opción que repetirlo. Pero sí creo que todos los espacios de aquello que se llamó «mayoría de la moción de censura» se merecen en 2023 una discusión honesta sobre las posibilidades, límites y oportunidades de las diferentes estrategias al alcance en el próximo ciclo. Pensar para mejorar. Más aún si es para repetir lo mismo.
