Alberto Pradilla
Alberto Pradilla

Conferencia política del PSOE (escotilla en Hala Bedi)

Siempre que me toca cubrir algún encuentro del PSOE tengo la sensación de verme obligado a subirme al Delorean y hacer un viaje en el tiempo hacia épocas en las que solo había dos canales y Juan Pablo II era Papa indestructible. Que Felipe González, el de «viva el GAL viva el capital» sea siempre quien se lleve los mayores aplausos evidencia el nivel de un partido que no va más allá del «quiero y no puedo». Los abucheos de ayer al renovado amor por la monarquía solo simbolizan la pataleta del desubicado. Porque, en serio, no hay partido más juancarlista ni formación que simbolice más el régimen de 1978 que el que actualmente dirige Alfredo Pérez Rubalcaba. Despojado de la S de Socialista, probablemente enterrada, quien sabe si en cal viva, en algún descampado de Suresnes, y con la O de Obrera desaparecida en combate, a esto solo le queda encomendarse a sus barones para una renovción teledirigida desde el siglo XX. Seamos serios. Nadie en su sano juicio puede pensar que Rubalcaba, o Ramón Jáuregui, pueden representar el cambio de nada. En todo caso, un giro a la izquierda, pero de 360 grados. Decir que «no somos lo mismo que el PP» supone una terrible confesión que esconde la certeza de que buena parte de la sociedad así lo entiende. En Euskal Herria, como parte del frente español. En el Estado, pactando un cambio constitucional que entregó las aspiraciones de los ciudadanos a la Troika. No olvidemos que el PP no ha hecho sino continuar la senda del recorte abierta ya por José Luis Rodríguez Zapatero. En medio de todo esto, y para arreglar más las cosas, la semana pasada hacía aparición Baltasar Garzón, ese juez que cerró periódicos y partidos, que miró para otro lado ante cientos de torturados y que ahora pretende aparecer como la esperanza de la progresía española. Joder qué partido. Joder qué puto país.

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