Alberto Pradilla
Alberto Pradilla

El juicio sería un esperpento si sus consecuencias no fuesen tan graves

No son los «héroes clásicos» de los que hablaba Max Estrella en ``Luces de Bohemia'' pero sí que reflejan el esperpento si se colocan frente al espejo. Escuchar ayer las preguntas que Fiscalía y acusación particular lanzaban al aire en la Audiencia Nacional española eran la muestra de las cotas de deformidad en las que las leyes de excepción del Estado han llegado a situarse. Alguien razonable debería de mirarse a sí mismo en tercera persona planteando interrogatorios acerca de cuestiones como las pegatinas que aparecieron en un domicilio, el albarán de una sociedad gastronómica, las actas de una comisión de fiestas o los DVDs de un acto público. Todos ellos, elementos que no solo los acusados, sino miles de ciudadanos vascos, pueden tener ahora mismo en su domicilio. Alguien razonable debería de escuchar su voz pronunciando frases como «¿Participó en una concentración contra el TAV?» o «¿Tomó parte en una rueda de prensa»? Sonaría (y suena) a broma, a mal chiste, a despropósito, si no fuese por los antecedentes y las posibles consecuencias. Sería un esperpento si no fuese porque 40 jóvenes vascos se enfrentan a penas de 6 años de cárcel por pruebas tan abrumadoras como hacer barra en una txosna o concentrarse contra una infraestructura. Sería un esperpento si no fuese porque toda la sala escuchó ayer relatos estremecedores sobre torturas en comisaría que a nadie pueden dejar indiferente. En realidad, la deformación devuelve la imagen brutalmente real de las prácticas del Estado. Y eso es algo muy serio.

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