Alberto Pradilla
Alberto Pradilla

"La noche más oscura" siempre fue "antes"

"Si me mientes, te hago daño". La frase, pronunciada por el interrogador de la CIA a un detenido que, atado con los brazos en cruz, apenas mantiene la consciencia, resume la primera media hora de la película "La noche más oscura". El filme relata la investigación que llevó a Estados Unidos a ejecutar a Osama Bin Laden y constituye un frío e inhumano retrato de una de las lógicas más abyectas: el diálogo entre un torturador y su víctima. Su directora, Kathryn Bigelow, se acerca al maltrato de una forma casi descriptiva, documental, sin evitar un tenebroso barniz utilitario. Esto ha generado una oleada de críticas por considerar el largometraje una "apologia de la tortura". Claro, que muchos de los hipócritas que se escandalizan con el filme son los primeros que han defendido las atrocidades de Intxaurrondo sin pestañear.

Nada más fascista que los superhéroes americanos, que nos enseñaron que dos músculos y una buena ejecución sumaria era la mejor forma de luchar contra "los malos", bien fuesen árabes o soviéticos. Nada más fascista que considerar que ahogar a un detenido puede ser justificable para preservar unos valores o una sociedad que se corrompe con cada maltratado. Sin embargo, tampoco puedo pasar por alto el hecho de que, aunque sea a través de una película, los yankis han mostrado sus atrocidades. El horror ya ha sido consumado y no pretendo darles un premio por reconocerlo. Pero también es cierto que todavía estamos esperando a algo que se parezca a este reconocimiento en relación con lo ocurrido en Euskal Herria. Aunque sea a través de la gran pantalla.

Después de ver la peli y sin poder quitarme el mal cuerpo de encima, no dejaba de plantearme: ¿veremos algún día en el Estado español un largometraje que se acerque a sus cloacas?

En Estados Unidos, el estreno ha reavivado la discusión sobre lo que todo el mundo sabe: que Washington torturó en cárceles secretas a ciudadanos secuestrados en sus países de orígen con el objetivo de obtener información. Todo ello, dentro de un contexto histórico lo suficientemente cercano como para que puedan ponerse nombres y apellidos a los responsables políticos de todas estas barbaridades. Y yo, nuevamente, me pregunto si sería posible esta misma discusión ante una película ambientada en los siniestros calabozos de Intxaurrondo o en los sótanos de la comisaría central de Canillas.

Charlando sobre esta cuestión con personas con larga trayectoria en la lucha contra la tortura llegábamos a la conclusión de que, a día de hoy, ni siquiera plantearlo daría verosimilitud a un guión cinematográfico. El debate sobre la tortura en el Estado español solo se acerca a una conversación real cuando los maltratos ocurren a miles de kilómetros. Cuando los cadáveres y la sangres están tan lejos que no huele a podrido. Para todo lo que se desarrolla en su patio trasero, el establishment aplica la receta del " eso era antes", un pretérito indefininido que empieza y termina en el momento en el que uno se puede permitir eludir las responsabilidades. "Antes" era el franquismo cuando los años 80 abarcaban el "ahora". Esta década paso al limbo de la omisión cuando alguien decidió que ya se podía escurrir el bulto. Después llegaron los 90, bajo la misma lógica hipócrita. Y luego, el inicio del siglo XXI. Siempre era "antes" y nunca ocurrió, porque eran tiempos oscuros donde había intereses en juego que prevalecían.

bono

Lo cínico de todo esto es que luego te llega José Bono y reconoce en sus memorias que lo dificil de gestionar el caso de Luis Roldán era que sabía demasiado sobre "un etarra que apareció ahogado y que una autopsia evitó el escándalo", en referencia al asesinato de Mikel Zabalza. Claro, que eso era "antes". Y, al contrario que en EEUU, aquí nadie ha dicho nada.

 

 

 

 

 

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