Koldo Campos
Koldo Campos
Memoria que respira y pan que se comparte

El portazo

Dios estaba desolado. Seis días le había ocupado la creación del mundo sin que surgiese ningún inconveniente pero el día en el que el Paraíso iba a ser inaugurado... el hombre no aparecía

Dios estaba desolado. Seis días le había ocupado la creación del mundo sin que surgiese ningún inconveniente pero el día en el que el Paraíso iba a ser inaugurado... el hombre no aparecía.

No le quedó más remedio que suspender el acto. Sin su obra maestra, inaugurar el Paraíso carecía de sentido. Y peor que el hombre no se presentara fue encontrarlo escondido entre la maleza, llorando su infortunio.

Los animales que Dios creara para hacerle más plácida la vida al hombre no querían trabajar. Las cabras se negaban a fregar, los burros no querían cocinar... «¿Qué puedo hacer con la imaginación... barrer el piso?» —gimoteaba el hombre— ¿Hallaré la fuente inagotable de la sabiduría en la cocina?

Tampoco ese era el único problema que tenía el hombre. Se sentía solo, absolutamente solo en una cama demasiada ancha como para yacer sin compañía, sin nadie al lado que le reconfortara la dura jornada, sin una expresión de cariño que aliviara su soledad.

Entre sollozos el hombre terminó por confesar que, cuando Dios dormía, él se levantaba de su desierto lecho y buscaba entre las sombras alguna amable compañía con quien compartir la soledad de la noche, que visitó pocilgas, establos, gallineros... pero que en todo el Paraíso no encontró bestia que fuera tan sumisa como para aceptar sus requerimientos amorosos siempre que él lo exigiera; ninguna tan dócil como para dedicar su existencia a procurarle placer, y era por ello que se encontraba solo, solo, solo... ¡sin nadie a quien joder!

Era obvio que el hombre necesitaba a su lado una compañera. Dios, luego de mucho cavilar, le propuso: «Pero habrá de ser fuerte, tan fuerte como tú lo eres, porque solo si es fuerte podrá desempeñar tantos oficios».

«Sí —respondió el hombre— pero le haremos creer que es delicada como pétalo de rosa para que ignore su fuerza».

«Y también tendrá que ser valiente —observó Dios— que hace falta valor para cargar tan pesado».

«Sí —respondió el hombre— pero bueno sería que se creyera temerosa como cordero para que ignore su poder».

«Y también habrá de ser inteligente —insistió Dios— porque sólo si es inteligente podrá servirte a tiempo y con eficiencia».

«Sí —concluyó el hombre— pero le haremos creer que es torpe como gallina para que ignore su razón».

Inmediatamente se cerró el acuerdo. Había que crear una nueva bestia que se ocupara de las labores del Paraíso, le diera placer al hombre y engendrara su descendencia. Alguien con quien el hombre pudiera justificar sus errores y a quien poder culpar de sus fracasos. Se llamaría mujer.

Algo, sin embargo, no salió como estaba previsto y, consumada la creación, la mujer no tardó en mostrar su inconformidad. Llevaba demasiado tiempo de paraíso en paraíso sin encontrar su espacio, no el que se le asignara sino el propio, como para aceptar el cuento y resignarse. Y tampoco la contuvo la decepción de Dios y el hombre. Al fin y al cabo, como mujer sabía que decepcionar es casi una obligación que la mujer contrae desde la cuna ante unos padres a los que decepcionas porque esperan su varón, para después seguir creciendo y decepcionando hasta que te casas, para no decepcionar a la familia, y decepcionar entonces al esposo y más tarde a los hijos... A la que no estaba dispuesta a volver a decepcionar era a ella misma así que hizo la maleta y se despidió: «Ni este es el paraíso que yo busco ni yo soy la mujer que ustedes esperan».

Afligido el hombre, que era consciente del futuro que le esperaba tan parecido al pasado del que huía, todavía se atrevió a preguntar: «¿Y a dónde vas a ir?»

«La verdad —respondió la mujer— es que no tengo muy claro a dónde voy a ir pero sí sé dónde no quiero estar. Y también sé que en algún lugar voy a encontrar un espacio en el que se me respete, donde se me trate de igual a igual, donde a nadie le tenga que pedir permiso para ser y soñar, donde nadie decepcione a nadie... y voy a encontrar ese lugar o voy a hacerlo.

«¡Espera! —gritó Dios al observar la tristeza del hombre y en el temor de que también su hijo fuera a descubrir un mal día la salida— ¡No te vayas!»

«¿Qué me van a ofrecer ahora? —preguntó la mujer ya con la mano en el pomo de la puerta— ¿embarazos de seis meses?

Dios, a quien nunca se le habían dado demasiado bien los sarcasmos, dobló la apuesta: «¿Y qué tal tres meses y sin menstruación?» pero ya la mujer había abandonado el Paraíso y su respuesta fue el portazo.

(Preso politikoak aske)

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