Koldo Campos
Koldo Campos
Memoria que respira y pan que se comparte

Los servicios del virus

Y bien, aquí estamos, pongamos que en un día de confinamiento, cada día más cerca del pico, pero con muchos más días en perspectiva. Hay portavoces que ya empiezan a vislumbrar los brotes verdes, como no hay día sin sobresalto ni cretino que no tenga un día de gloria. Toda la ciudadanía del mundo enclaustrada en casa. Hasta los sin techo han sido recogidos de la calle para que cumplan con el mandato de “quedarse en casa” y dormir en pabellones deportivos lo que dure la pandemia, momento en el que serán de nuevo depositados en su acera de referencia. Todo el mundo en su casa. También el vecino y el de enfrente, todos refugiados en nuestras colmenas en el entendido de que resulta imprescindible este confinamiento para preservar el bien común y lo más preciado que tiene: la vida.

Nunca había pasado en el mundo nada parecido. Cerrados los bares, las iglesias y sin fútbol, ni Formula 1, ni Eurocopa, ni toros, ni fiestas, ni procesiones, ni Olimpiadas, ni Eurovisión, ni viajes, ni idiotas a hostias por ver quien salta antes la reja del Rocío, ni turista borracho saltando del balcón…

No es por nada pero, además de algunas gratas suspensiones, si algo no le reprocho al virus es su indiscriminado modo de proceder, que no enferme ni mate a los mismos, a los de siempre, a los que de igual modo se irían con la gripe, con la diabetes, con el cáncer... que en eso consiste precisamente la peligrosidad de este virus, en que no discierne entre linajes y pelajes. De hecho, ya tiene en nómina a algunos presidentes, celebridades y altezas, además de decenas de miles de súbditos. No es agradable reconocerlo pero este virus, amén de otras consecuencias no tan agradables, le ha permitido un respiro a un planeta urgido de apagar chimeneas y tubos de escape y de cesar vertidos y de recuperar oxígeno y vida. Frenar el cambio climático, paliar sus consecuencias así sea por unos días lo ha conseguido el pánico que ha provocado el virus, demostrando que es posible enfrentarlo.

Y hay otro servicio que el virus nos esta brindando porque esta colectiva reclusión también puede ser una oportunidad, debiera serlo, para replantearnos todas esas certezas que teníamos por archivadas y que sería bueno desempolvar antes de decidir su futuro. Sin pretenderlo, este virus, los que vengan, no son sino las últimas expresiones de un sistema que colapsa y cuya fragilidad queda a la vista con asomarse a la ventana. La “normalidad” a la que deseamos reintegrarnos, yo también, sigue teniendo en la mujer a su primera víctima, sigue costando la vida por hambre y desnutrición a 25 mil personas al día, tres personas de cada cinco carecen de agua potable y otras tantas de una vivienda digna. Millones de menores en el mundo no van a la escuela, deambulan por las calles, se colocan oliendo cemento y pegamento, son prostituidos, asesinados para traficar con sus órganos, terminan como mineros, como sicarios, buceando en vertederos, uno de cada cinco vive en zona de guerra… Estos son solo algunos aspectos de la normalidad que estamos añorando. A fuerza de no querer saber de ella, de no mirarla, casi hemos llegado a creer que no existe, pero no es verdad, está ahí.

Y sin embargo esta podría ser la ocasión de darle la vuelta a la insatisfacción, de plantearnos qué podemos hacer al respecto, que no debemos seguir haciendo. Esta también es una buena ocasión para acercarnos a los afectos más queridos, para repensar nuestro futuro, dónde queremos estar, junto a quiénes y haciendo qué. Nada debería ser igual cuando el mundo vuelva a esa añorada “normalidad” y se recuperen las bolsas y el índice de crecimiento sume un dos por ciento más y se terminen de contar y de enterrar los muertos. Esa “normalidad” cuenta con tantas cruces que hasta cerrando los ojos las tenemos delante. El coronavirus, no está siendo cualquiera, pero solo es la última en llegar.

Cuando pase todo... ¿de verdad que no podremos hacer nada para que la ciudadanía que vuelva a la calle sea más consciente, más comprometida? Personas, familias que llevan semanas de confinamiento, que han asistido de un día para otro a la suspensión y restricción de buena parte de sus derechos civiles y humanos, cuando se les restituya su condición… ¿en serio que no vamos a ser capaces de inventarnos otra vida antes de que no tengamos tiempo ni para lamentarnos?

Alguien escribía una oportuna reflexión sobre el momento: “Hemos pasado de soñar con viajar en coches voladores a aprender a lavarnos las manos”.

Y de eso se trata, de lavarnos las manos, sí, y también la cara y la conciencia hasta que no haya virus, tampoco indiferencia.

(Preso politikoak aske)

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