Ayer algunos celebraron, de manera reiterativa supongo, el Día Internacional de Concienciación sobre la Tartamudez; otros, el Día Internacional de la Medicina Natural, imagino con energías positivas, sangrías de sanguijuelas, bolitas rellenas de nada y hierbas sanadoras de todo. Y lo más importante, para la grey católica, ayer destacando en el santoral, San Juan Pablo II, aquél al que quería todo el mundo. Tanto que lo subieron a los altares de manera rauda y veloz, beatificación, canonización y santificación en un santiamén, nunca mejor dicho.
Dos milagros le atribuyen después de muerto: primero, quitar el tembleque del Parkinson a una monja y segundo, sanar a una beata de un aneurisma cerebral que la tenía postrada en la cama, sacando los brazos desde una fotografía de Wojtyla al tiempo que le decía, «levántate». Se levantó y desde entonces no se atreve a sentarse. Una santificación rauda y veloz en remedo a su papado que beatificó a 1340 personas y canonizó a 483 santos.
No cabe un alma en el cielo. Muchos mártires a manos de hordas rojoasiáticas; creyentes en la democracia del Libre Mercado asesinados por incivilizados selváticos que diría Borrell, el diplomático más dicharachero de todo el Jardín Europeo, ese «jardín a la francesa, ordenadito, bonito, cuidado» al que protege la OTAN de EEUU porque «el resto de mundo, una jungla, nos quiere comer». Una delicia de jardín si no fuera porque en el panel derecho de El Jardín de las Delicias (el Bosco), como colofón, está representado El Infierno con todo lujo de detalles. El amigo americano también vive ajardinado, no tan afrancesado si se quiere pero jardín al fin y al cabo. Al decir de Josep Borrell, experto floricultor, cuando era Ministro de Exteriores: «Ellos lo tuvieron más fácil, lo único que hicieron fue matar a cuatro indios».
Europa realizó el ingente esfuerzo de expandir la civilización por Congo, el Dorado, la India, China, el Magreb, Oriente medio y tantos otros territorios coloniales. En vez de agradecer, amenazan los geranios de Borrell.
