«La Comunidad de Madrí acogerá a todos los niños catalanes, valencianos, de Baleares, de Navarra, de Vascongadas que quieran estudiar en castellano como es su derecho constitucional», afirma Isabel Díaz Ayuso, la de mirada perdida. ¿Qué harán con sus padres y madres? ¿Qué con sus abuelos y abuelas? ¿Serán acogidos en campos de refugiados? ¿Se les proporcionará un “trabajo en condiciones dignas y justas” y “vivienda digna y adecuada” como derechos constitucionales? Qué pasa con los niños gallegos y murcianos, ¿acaso no tienen, a juicio de la chulapa, el mismo derecho constitucional de aprender el idioma de Cervantes?

¿Y esos pobres niños a los que aviesos profesores supremacistas les impiden el natural vaciamiento de sus pequeñas vejigas por hablar castellano? como denuncia Pablo Casado, el que cree ser líder de alguien o algo. Pero ¿y las cacas? Porque, si bien el control del esfínter urinario puede resultar benéfico en el fortalecimiento muscular del suelo pélvico (ejercicios de Kegel, lo llaman), la retención de las cacas a edad tan temprana, como ya estableció Freud, en tanto liga pulsiones, narcisismo y defensas, puede ser crucial para constitución del yo y la interiorización de las normas y podría derivar en una fijación retentiva anal. Lo contrario que los líderes y lideresas del PP, presos de una fijación expulsiva anal continuada y que no tiene visos de parar.

Afirma también que docentes del apartheid catalanobalear introducen piedras en las ya de por sí pesadas mochilas escolares si se escapa algo en la lengua del Imperio. Cosa que ya ocurrió en las provincias vascongadas. Aquí los más refractarios al español acabaron ganándose la vida de harrijasotzailes. Ni tan mal oye.

Decía el gran George Carlin que los políticos se esconden bajo tres cosas: la bandera, la biblia y los niños. Y decía bien.
Este es el nivel, queridos. ¿Otra pandemia?  Peor, algo ya endémico.