Un régimen no viene con libro de instrucciones acerca de cómo tumbarlo y sustituirlo por otro. Los cambios políticos no se hacen siguiendo manuales, aunque haya quien se entusiasme con los del siglo XIX y nos los presente como el último grito. Si se quiere superar un determinado entramado político, como la mutación navarra del régimen del 78, no hay modo de seguir un guión preestablecido. No hay tratado en el que encontrar recetas de éxito asegurado, hay que analizar, probar, analizar y seguir probando hasta encontrar el hueco donde hacer palanca. Solo así se puede modificar una relación de fuerzas desfavorable para crear otra que permita nuevas configuraciones, nuevas alianzas, un nuevo orden político, en definitiva.

Esto puede resultar tan complejo que sea difícil saber si se está produciendo realmente una transformación. Todo el mundo entendería el significado de una rebelión que tomara el palacio de navarra y pusiera en marcha algo así como un soviet foral, pero tal cosa no parece corresponderse con la etapa histórica que vivimos, así que mejor pensar en formas viables de cambiar radicalmente la realidad política y buscar la manera de llevarlas a la práctica.

El régimen no ha colapsado. Tampoco hemos sido capaces de crear otro alternativo. No creo que sea inteligente autoengañarse sobre esto. Pero sigue habiendo una crisis de régimen y los síntomas pueden comprobarse en muchos terrenos. Las llamadas empresariales a recuperar el acuerdo UPN-PSN, el desconcierto de "Diario de Navarra" o las navajas brillando en la derecha navarroespañolista no son meras anécdotas, sino ecos de unos cambios cuyo alcance todavía no podemos definir, pero que no pueden ser ignorados. Navarra se está transformando a sí misma; por eso gruñen quienes no pueden soportar haber perdido poder y privilegios. Me da que esto puede leerse como una pista acerca del mejor modo de actuar en el futuro.