Floren Aoiz
Floren Aoiz
Idazlea, Iratzar Fundazioaren zuzendaria

Imaginar el futuro para construirlo

Cuando alguien hace un poco más funestos los pronósticos para los próximos años sin ofrecer alternativas viables, nos alejamos de la posibilidad de generar acción política emancipadora.

Jorge Alemán dice –en mi opinión, certeramente– que la política es más cuestión de consecuencias que de enunciados. Si atendemos a las consecuencias y adoptamos una perspectiva materialista, por tanto, la cuestión política fundamental no sería qué proclamas haces, sino qué hacen tus proclamas, qué se hace con ellas. Es por eso que algunos alardes retórico-formales expresan en realidad impotencia política, ruido para ocultar que no hay partitura en torno a la cual armonizar voluntades y producir cambios reales. Engels escribió que el proletariado está «muy lejos de lograr la victoria con un gran golpe» por lo que «tiene que avanzar lentamente, de posición en posición, en una lucha ardua y tenaz», pero la ilusión de un acto mágico que lo cambie todo lleva mucho tiempo intentando en vano suplir las complicaciones de una larga lucha llena de incertidumbres y contradicciones. Por desgracia, el concepto de revolución, además de ofrecer un horizonte y una hoja de ruta, también se usa como coartada para la ausencia de estrategia, como si invocarla bastara para que surja otro mundo.

Hay quien cree que la humanidad se levantará contra el capitalismo ante la perspectiva de un apocalipsis, pero mi impresión es que cada vez que se añade un matiz más oscuro al futuro, cuando alguien hace un poco más funestos los pronósticos para los próximos años sin ofrecer alternativas viables, nos alejamos de la posibilidad de generar acción política emancipadora. No se trata, claro está, de dorar la píldora ni autoengañarnos: sin cambio de rumbo vamos al precipicio. La clave está en construir la posibilidad histórica de ese viraje y esto no ocurrirá si las pasiones tristes y sobre todo el resentimiento y la nostalgia más reaccionaria ahogan toda esperanza anulando así la imaginación de un futuro mejor, o cuando menos, no apocalíptico. Creo que para quienes queremos cambiar el mundo, «no hay futuro» es el peor de los lemas posibles, porque dudo que podamos construir otro sin imaginarlo antes.

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