Según el Larousse, crápula es un individuo sin moral, capaz de las peores bajezas; un canalla, vaya. En el diccionario particular de la eurodiputada insumisa de origen palestino Rima Hassan, la definición le viene al dedo al presidente neogaullista del Senado, Gérard Larcher, quien recientemente declaró que «no hay condiciones para avanzar en el reconocimiento del Estado Palestino». Y no hay condiciones no porque el Estado de Israel esté llevando a cabo un genocidio televisado, sino porque, a juicio de este septuagenario bon vivant de la política, «todavía tenemos rehenes en la banda de Gaza, tenemos aún ataques de Hamás y tenemos lamentablemente una autoridad palestina extremadamente débil». Se desconoce si el «tenemos» responde a un nos mayestático o si este excatólico y ahora protestante electo siente como suya la comunidad hebrea. Lo que está claro es que sus declaraciones retratan a un individuo cuya moral le permite caminar con total indiferencia sobre decenas de miles de cadáveres, pero que alza su voz para denunciar ante los tribunales a una hija y nieta de desterrados por llamarle crápula en un tuit. Lo que parece ignorar el señor presidente del Senado es que lo que define a las personas no es lo que dicen de uno, sino sus propios actos. Otra cosa es que el juez quiera saberlo.