François Bayrou ha logrado superar su primer match ball en contra gracias a la abstención de los diputados del PS y de los ultraderechistas del RN, pero dos de cada tres ciudadanos sondeados afirman que el discurso de política general del primer ministro no ha sido convincente. Y ello a pesar de que en su alegato abordó el tema estrella de la migración, un fenómeno, dijo, impulsado “por la miseria, como bien sabemos vascos, bearneses o bretones, que en el siglo XIX proporcionamos un gran contingente” de migrantes. Pero, siempre hay un pero, esta es una cuestión “de proporción”. Que una familia extranjera se instale en un pueblo del Pirineo, imaginó, “es un movimiento de generosidad”; pero “si llegan treinta familias, el pueblo se siente amenazado. El deseo, respetable, de sentirse en casa se ve dañado”. Las palabras de Bayrou recogen lo que en los últimos años algunos sociólogos franceses definen como inseguridad cultural, un temor generalizado a que los extranjeros les alteren su cultura, sus valores, sus normas y su modo de vida. Pero es curioso que Bayrou identifique tan claramente este sentimiento de inseguridad cultural y no acierte a adivinar que los franceses que llegan por miles a Iparralde también alteran nuestra cultura, nuestros valores, nuestras normas y nuestro modo de vida. Será que el ingrediente humano de la proporción no es el mismo.