El martes me enfundé un vestido turquesa con flores tropicales para ir a ver “Wellcome to Chechenia”, el último documental del prodigioso director gay David France. En 2017 llegaban noticias escalofriantes desde Chechenia: la policía estaba deteniendo, torturando y exterminando a maricones. Las lesbianas, empezaron a ser ejecutadas por sus propias familias. Hay un vídeo de una chica maniatada en medio de una carretera en la noche, uf... ¡Espero que esa bollera desconocida al menos hubiera catado coño ajeno antes de su espantoso asesinato! En Moscú se organizó un colectivo sobrehumano para ayudarles a salir de territorio checheno y David France contactó con ellas.

Establecieron protocolos de seguridad que ni la CIA para poder mostrar al mundo el horror sin arriesgar aún más la vida de víctimas y activistas. Olga Baranova, una de las rusas empecinadas en salvar a sus hermanas chechenas, tuvo que exiliarse a un lugar no mencionado con su mujer y su hijo después. Esto es lo más precioso de esta película y de este maldito mundo, el impresionante compromiso con el bien común y con la vida ajena que surge cuando hace falta. Y hay un chico, una preciosidad de maricón llamado Maxim Lapunov, que reunió todo el valor que hay en el mundo para volver a Moscú y denunciar su detención y tortura en Chechenia. Él, su novio, su madre, su hermana y sus dos sobrinas chiquitas han tenido que exiliarse también para salvar sus vidas. Cada vez que sale su amatxo en pantalla, mayor, coja, extrañada y orgullosa de su hijo, se te llenan los ojos de agua. Cuando Putin legaliza la homofobia, comienza la caza de gays en Chechenia y todo el Este de Europa. Cuando VOX escupe odio, es más fácil que maten a un precioso maricón en A Coruña.

Salimos sobrecogidas y enaltecidas del cine, mi primer maricón y yo. Él se llama Juan Arteaga Villar y es crítico de cine. Me dijo: con la de pueblos vacíos que tenemos, podíamos traernos a todas las desviadas chechenas. Y fundar nuestra ansiada Orgiaenea.