Hay una frase disparada por la feminista radical Sulamith Firestone en 1970 que mantiene su fogonazo de clarividencia desde entonces. «El pánico que sentimos cada vez que algo amenaza el amor es una buena pista para comprender su importancia política». Ahí sigue esta revelación medio siglo después, actualísima, sumando año a año más verdad. Mira si acertaste, Sulamith, si el amor era intocable por su imprescindible función domesticadora de multitudes, que muchas torres han caído o cambiado en cincuenta años de conjura feminista, pero ni un milímetro el amor.También nos lo dijo nuestra sabia marica Javier Sáez en 2008, pero no lo quisimos ver. Se explicaba en un texto que es una joya cada vez más brillante, "El amor es heterosexual". Que no, que nuestras relaciones de pareja reproducen la misma lógica destructora de lo comunitario, por mucho que seamos lesbianas o gays. Nuestra cerrazón a aceptar que nuestro amor desviado no es distinto, no es superior, vuelve a confirmar lo que sentenció Sulamith. «Para mí el amor se basa en la insolidaridad. Me vinculo a una persona, de forma individual, y abandono el resto. La pareja. Dos individuos. Fin del vínculo social», la clava Javier.Para romper la comunidad y dominarnos, nos partieron en dos, hombre o mujer: ya lo braman Milei, Trump, las terfas. Y nos aislaron de dos en dos, en parejas, o sea proto-familias. Por eso es tan importante para el capitalismo la jerarquización de nuestros vínculos: pareja siempre es más que amiga o hermana, pregúntaselo a Hacienda.Y ahora viene Mana Muscarel Isla con un libro epifánico y gozoso que hiperrecomiendo, "La fiesta de las amigas". Mana nos incita a sospechar a santo de qué las desviadas pasamos a ser aceptables justo cuando estamos en pareja. Y entonces qué, ¿nos hacemos el harakiri por alta traición? Pues no. Hay algo tan hermoso en la posibilidad que se despliega en estas páginas. «Pelearnos con nosotras mismas cuidándonos a nosotras mismas. Cuidándonos con las otras».