*Previo aviso: Este artículo (como los anteriores que he publicado, pensareis) es un trabalenguas, un ataque a la cordura oficial (y a la heterosexualidad obligatoria), incomprensible, panfletario, de estructura laberíntica, tiene demasiados flecos (demasiados peros…), es criticable por muchos lados, pura dinamita, no se adapta al formato de un blog periodístico, ni al género de opinión, ni siquiera tiene en cuenta los intereses y apetencias del lector/a medio de NAIZ. He de decir a favor de mis detractores que he dudado en publicarlo (es la primera vez que titubeo tanto, suelo ser más impulsiva y decidida: ¿estaré empezando a flaquear?) Por suerte, la escritura como obra de creación es terca, tiene vida propia, y me convence (criaturita astuta, indomable y entusiasta) de que a estas alturas de la película es preferible salirse del guión para expresar lo que pensamos y sentimos. Todo sea por nuestra sanación, por nuestra liberación.
Ainhoa Güemes
AMAR EN TIEMPOS DE GUERRA
http://www.youtube.com/watch?v=7DDNDXhMFTc
Ya se, ya,… que el amor puede llegar a ser tan obsesivo y delirante que nos lleva irremediablemente a cometer errores de cálculo. 1 +1 no es siempre = 2; a veces un 3 acechante y opresivo nos vigila al otro lado de la cama. El amor es una multiplicación de factores difíciles de ordenar y de medir. Pero por amor, lo confieso, estoy dispuesta a seguir errando, a contar el tiempo al revés, a poner mi vida patas arriba. Porque el amor, ese gran sentimiento que alimenta nuestros deseos, es un anillo dorado en el horizonte (sol que fluctúa con el mar, con los cuerpos), sentimiento brillante y poderoso, que penetra suavemente en nuestras vidas, purificándonos. ¿Quién puede sobrevivir sin amor?
Por amor, por defender aquello que amamos, por defender nuestra integridad y la de nuestros seres queridos, los seres vivos somos capaces de matar: un jabalí hembra, por proteger a sus jabatos, llega a ser tan violenta como una nube incontrolable de langostas. El amor conjuga elementos y cuerpos, los reafirma, los fortalece, los hace concurrir. Por supuesto también distancia a unos de otros, los pone en conflicto. Pero, ¿de qué tipo de amor estoy hablando? No me refiero al amor crístico o mariano, sufriente, paternalista, posesivo: le castré, le negué su libertad para que aprendiera a ser un verdadero hombre; la maté por amor, porque era mía. Tampoco estoy hablando del amor romántico ni de relaciones “amorosas” normativizadas, institucionalizadas. No. Hablo de ese sentimiento afirmativo que con su fuerza mueve montañas de escoria, ese amor que nos hace más libres, que impulsa nuestro vuelo. Ese amor que nos enseña a amarnos a nosotras y nosotros mismos. ¿Eso existe?
¿Qué es el amor, alguien lo sabe? El amor expresado por la voluntad de poder, de querer, ese deseo de participar en un devenir telúrico, magmático, en un devenir cósmico, ¿qué otra cosa desea más nuestra voluntad que amar y afirmar la tierra?, ¿de qué es capaz una voluntad que ama y afirma la tierra? La anarquista feminista Emma Goldman escribió: “Algún día, los hombres y las mujeres se elevarán y alcanzarán la cumbre de las montañas, se encontrarán grandes, fuertes y libres, dispuestos a recibir, a compartir y a calentarse en los dorados rayos del amor. ¿Qué imaginación, qué fantasía, qué genio poético puede prever, aunque sea aproximadamente, las posibilidades de esa fuerza en las vidas de los hombres y las mujeres? Si en el mundo tiene que existir alguna vez verdadera compañía y unidad, será gracias al amor, y no al matrimonio”.
Que se mueran los maridos (y sus dóciles esposas)
Ya se, ya,… que es tiempo de cese definitivo de la violencia, y no es lícito desearle la muerte a nadie, pero una no es perfecta, ni de lejos es una santa, y la sangre arde, eclosionan las venas aferradas a los latidos de un corazón caliente y vigoroso. Después de un magnífico verano soleado, tras contemplar en compañía de mi amante lesbiana un ocaso de ensueño en el escenario donde se desencadenó una de las mayores batallas navales de la historia, en el faro de Trafalgar, rodeada de sombrillas rayadas, de campos de girasoles, de escarabajos negros, de toros, palmeras y yeguas domesticadas, me atraviesa como un rayo ese implacable sentimiento, o estado de cosas, esa multitud de afectos vitales y pasionales que llamamos amor. AMOR. Con la misma intensidad que me atraviesa este sentimiento amoroso, placentero, me perfora la rabia, la impotencia, ese estado angustioso de desamor, que se impone contra nuestra voluntad y nos enferma, destruyendo lo que más queremos.
El amor, sea lesbiano, gay, bi, hetero, sea transexual,… está condicionado, atravesado (afectado negativamente) por diversos factores políticos y culturales. Como lesbiana feminista, la cuestión que más me afecta es la jerarquía que se establece entre los diferentes tipos de relaciones amorosas, y cuáles son los efectos de esa jerarquización en nuestra salud. Como afirma la antropóloga feminista Mari Luz Esteban (en su reciente y lúcida crítica sobre el pensamiento amoroso), “de la misma manera que en nuestra cultura hay una jerarquía entre emociones altas y bajas, cultivables y desechables, hay también una clasificación, una graduación en la definición y rango de todos los tipos de amor posibles, donde relaciones y afectos, como los que se dan bajo la forma de amistad, quedan relegados al último lugar o incluso al olvido, o son menospreciados. (…) Esas otras relaciones pueden ser en un momento dado estigmatizadas o incluso penalizadas”.
Tengo que confesar que en este punto se me hace un nudo en el estómago, porque realmente es una insoportable condena experimentar algo tan hermoso como lo es el amor libre y consentido, a la vez que una es obligada a enfrentarse al juicio, al castigo, a la estigmatización, al silencio (auto)impuesto, a la invisibilización. No se me olvida la cara de tristeza de una mujer blanca al contarme cómo su hijo negro es rechazado por su abuela y su abuelo (vascos, de clase media, ¿tolerantes?, ¿progres?, ¿votantes de la izquierda radical?); la criatura, con apenas siete años ha tenido que superar una depresión de caballo, porque obviamente era consciente del rechazo (de la animadversión, de la antipatía, del desamor). Tampoco se me olvidará la cara de impotencia y resignación de aquella amante lesbiana al traspasar la línea divisoria del aeropuerto, dejando atrás los granados en flor, la sublime cadencia de las olas y las frágiles caracolas bañadas en salitre. Al otro lado de la frontera esperan los perros (maridos, esposas y otros parientes) ataviados con sus collares de pinchos, tan poco amorosos, tan hambrientos de amor, tan hipócritas, tan carentes de ardor, de entusiasmo y de erotismo,... bienvenidas, bienvenidos a casa, se acabaron las vacaciones, se acabó el placer de amar en libertad, vuelta al hogar, dulce hogar, tan nuestro, tan reaccionario, tan moralista, tan familiar…
Amo tu cuerpo lesbiano, amo mi cuerpo lesbiano
Deberíamos repetir esta sentencia como un mantra: Di cien veces amo mi cuerpo lesbiano, amo tu cuerpo lesbiano. Contra las relaciones, prácticas y afectos tan maniatados, tan malgastados, deberíamos prometernos a nosotras/os mismas/os no dejar nunca de amar(nos) afirmativamente, contra viento y marea, con uñas y dientes. Porque, ¿qué es una vida sin amor? Violet Trefusis en sus cartas de amor a Vita escribe: “Me estoy preguntando si debo responder a tu pregunta, una pregunta por lo demás sumamente indiscreta y que merece una fuerte reprimenda. Responde, no respondas, ¡responde! ¡Al infierno la discreción! Bueno, me preguntas sin ambages por qué te amo. Te amo, Vita, porque he luchado tanto por conquistarte. Te amo porque no has cedido nunca en nada; te amo porque nunca capitulas. Te amo por tu maravillosa inteligencia, por tus aspiraciones literarias, por tu sensualidad, por tu atrevimiento. Te amo porque no pareces dudar en nada. Amo de ti lo que también está en mí: imaginación, gusto y un sinfín de cosas. Te amo Vita, porque he visto tu alma…
El lazo emocional que unió a Vita y Violet durante toda su vida nació siendo ambas niñas. El marido de Violet destruyó las cartas que Vita durante años le escribió a su amada, apenas alguna misiva como esta se salvó de la quema inquisitoria: “Sencillamente no podríamos tener esa bonita relación ingenua e infantil sin que volviera a convertirse en un apasionado idilio. Para mi eres una bomba sin estallar. No quiero que estalles. No quiero que perturbes mi vida. Esta carta te enfurecerá. Pero me da lo mismo, porque sé que ningún enfado o irritación destruirá jamás el amor que existe entre nosotras. Y si de verdad lo quieres, vendré a ti, siempre, en cualquier sitio. (…) Creo que hay una cosa indestructible entre nosotras, ¿no es así?... un lazo que data de la infancia convertido en pasión, una cosa que ninguna de las dos compartirá nunca con nadie más. (…) Parece que ni siquiera el tiempo es capaz de alterarlo. (…) Dijiste que duraría tres meses, pero nuestro amor ha durado cuarenta años, y perdurará”.
Me diréis, pero a qué viene esto, si han pasado casi cien años, nos estás relatando una historia de amor del siglo pasado, además, ¡entre aristócratas inglesas!, ¿acaso te gusta nadar siempre contracorriente? Los tiempos cambian, ahora todo el mundo puede casarse o convivir con su pareja, sea del sexo que sea. La gente es libre para amar.
Basta.
Aunque la primera premisa para amar plenamente sea la valentía, aun siendo valientes, el amor entre mujeres (también entre hombres, el amor entre personas de diferentes etnias, las prácticas poliamorosas o incluso el amor intergeneracional) sigue siendo tabú, tiene un peaje social, es decir, se paga un alto precio por vivirlo. Como bien apunta Mari Luz Esteban, refiriéndose a los productos de ficción (novelas, películas,…), “lo fundamental es recrear una y otra vez la misma historia y el guión es siempre el mismo, está cerrado: la heroína y el héroe, su confrontación polémica, la revelación del amor, la seducción y el casamiento o la promesa de casamiento. Un argumento, no lo olvidemos, que dicotomiza a los sexos y sustenta la heterosexualidad”.
Antes de que termine el verano, además de leer el último ensayo de Mari Luz Esteban (‘Crítica del pensamiento amoroso’), y las cartas que Violet Trefusis le escribió a Vita (y que por suerte se conservan), os recomiendo leer el diario escrito por Vita Sackville-West ‘Retrato de un matrimonio’, sobre su pasión lesbiana y transexual, un documento fascinante, supremo de la historia erótica.
Leer, escribir, leer, si, enamorarse, volver a enamorarse a pesar del desamor, aprender, explorar, acceder al conocimiento, analizar las diversas realidades, lo que se oculta tras las máscaras, pensar para luego actuar, para que nadie tenga que decir que cien años no es nada, para que después de décadas conquistando derechos sobre nuestros cuerpos, no estemos ahora obligados a rendirnos, a retroceder (amor libre, barra libre, cuba libre, aborto sí). Evitemos ser una vez más los perdedores y las perdedoras de una guerra de la que solo unos pocos salen beneficiados. Los anormales somos ya multitud, amemos pues esta multitud que nos hace libres y diferentes. Seamos dueñas y dueños de nuestros cuerpos, ¿acaso no nos queda ya ni una pizca de amor propio?
