El continente americano se ha convertido en el primer objetivo de la diplomacia de la amenaza y el chantaje que esbozó Trump en su primer mandato y que está perpetrando sin freno alguno en estas dos largas y frenéticas semanas desde que volvió a la Casa Blanca.
El matonismo es por naturaleza cobarde y el presidente estadounidense aprovecha la dependencia histórica a que ha sometido el imperio a Latinoamérica para forzarle a ceder.
Comenzó con Colombia por la negativa del presidente Petro a recibir aviones con inmigrantes deportados esposados y con cadenas en los pies. Le amenazó con aranceles del 25% y el presidente se vio obligado a fletar aviones para rerpatriar a los deportados dignamente.
La también izquierdista líder mexicana Sheinbaum se ha visto forzada asimismo a enviar 10.000 soldados a la frontera para que el magnate congelara durante un mes unos aranceles que castigarían a una economía cuyo principal importador (más de un 35%) son los EEUU.
Ni el tan locuaz antiimperialista venezolano Maduro ha chistado y ha liberado a seis «mercenarios golpistas» y recibirá a sni papelesa cambio de que EEUU le siga comprando-gestionando su petróleo.
Con su secretario de Estado y miembro del clan de Miami, Marco Rubio, de avanzadilla, a Guatemala ya han llegado aviones con deportados. El salvadoreño Bukele está entusiasmado por acoger en su macrocárcel para los maras a los presos que EEUU no podrá trasladar a Guantánamo.
Panamá estudia retirar la concesión a empresas chinas de los puertos del canal en el Pacífico y el Atlántico.
Cómo no, si hasta el debilitado primer ministro de la «rica» Canadá, ha tragado para hacerse perdonar por Trump.
Con la UE en el horizonte, queda China, que ha respondido al empresario fracasado con la misma medicina.
China no es Latinoamérica, ni está en Canadá. Y desde su condición de emergente, le está ganando la partida a EEUU en casi todos los dosieres económicos.
China es China. Igual Trump no lo sabe. Alguno de sus asesores seguro que sí.
