Dabid Lazkanoiturburu
Dabid Lazkanoiturburu
Nazioartean espezializatutako erredaktorea

Desfiles, elucubraciones, discursos y victimismos








No hay nada como elucubrar sobre las intenciones del otro para confirmar las percepciones de uno.

Los medios occidentales comenzaron, prácticamente desde el primer día de la invasión rusa de Ucrania, el 24 de febrero, a especular con que el inquilino del Kremlin, Vladimir Putin, podría anunciar en el desfile del 9 de mayo el fin de su «operación especial militar».

Pero, tras constatar que el Ejército ruso, que ya en marzo abandonó su ofensiva hacia Kiev, no ha logrado aún completar su objetivo inicial oficial, la toma de control de todo el Donbass, los mismos medios pasaron a incluir un segundo augurio: la posibilidad de que Putin declarara hoy oficialmente la guerra a Ucrania.

Con ello, además de dejar de marear la moribunda perdiz, Rusia podría movilizar a los reservistas para impulsar una ofensiva que se está encontrando con dificultades precisamente por el rearme occidental de Ucrania, sin olvidar la resistencia numantina de los ucranianos.

Nada de eso ha pasado. Entre otras cosas, porque nunca Moscú dijo que el 77 aniversario de la Gran Guerra Patriótica de hoy fuera a marcar un antes y un después.

Que no lo dijera tampoco dice nada. Tampoco Putin dijo que fuera a invadir Ucrania. Al contrario, lo desmintió tres veces, como el apóstol Pedro. Y la prensa europea se lo creyó, con lo que acumula también tres diagnósticos fallidos. Aquel y los dos de hoy.

Entre las elucubraciones de unos y las mentiras estratégicas de otros, quizás convendría centrarse en lo que ha dicho el presidente ruso. Y en lo que ha dado a entender.  

De un lado, ha presentado la invasión como un «ataque preventivo». Es, como Bush junior en Irak, la profecía auto-cumplida.

Pasando por alto que Rusia llevaba meses concentrando tropas alrededor de Ucrania, y omitiendo que la anexión de Crimea y la guerra en el Donbass ha cumplido ocho años, Putin asegura que el envío de armamento occidental y el adiestramiento al Ejército ucraniano es la prueba de que la OTAN ultimaba una ofensiva contra el enclave rusófono del este de Ucrania.

En segundo lugar, muestra su compromiso de «hacer todo lo posible para evitar una escalada que lleve a repetir el horror de una guerra global».

Objetivo sin duda loable, pero que se inscribe en el marco de un discurso que se olvida por momentos de Ucrania e identifica a la OTAN y a Occidente como una «amenaza existencial» para Rusia. Lo que quiere decir que hay guerra para rato. Hasta dónde llegue dependerá de muchas variables.


Finalmente, y en una finta solo comprensible si se lee a sus iluminados ideólogos de cabecera –como es el caso de Aleksandre Duguin–, el líder ruso equipara la reivindicación de la lucha y de la victoria contra el nazismo con «el amor por la patria, la fe y los milenarios valores tradicionales». Unos valores de cuya «degradación moral» acusa a Occidente.

Cabría recordar a Putin el castizo refrán de «dime de qué presumes y de te diré de qué careces». Pero quizás baste concluir con que no hay nada como presentarse siempre como víctima para convertirse en eterno verdugo.

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