Dabid Lazkanoiturburu
Dabid Lazkanoiturburu
Nazioartean espezializatutako erredaktorea

Ejecución de Suleiman: un golpe de Trump de consecuencias imprevisibles y a todos los niveles

La muerte del general Qassem Suleiman, verdadero cerebro y artífice de la ofensiva geoestratégica de Irán en Oriente Medio, anticipa unas consecuencias imprevisibles en el tablero de la región más caliente del mundo, comenzando por el propio Irak.

No en vano el bombardeo al convoy en el que viajaba cerca de Bagdad, y que mató asimismo al vicepresidente de las milicias proiraníes de Hachd al-Chaabi (Fuerzas de Movilización Popular), Abu Mehdi al-Muhandis, es, de momento, el último golpe en la mesa –pero menudo golpe– en una escalada entre EEUU e Irán que tiene hoy al país árabe como el principal, aunque no el único, ring. 

Una escalada cuyo arranque podemos situar en la decisión del presidente de EEUU, Donald Trump, de desmarcarse en mayo de 2018 del acuerdo nuclear con Teherán, que años antes había firmado su predecesor, Barack Obama, y al que siguió un año después, en plena restitución de las sanciones, la decisión de Washington de incluir en la lista de «organizaciones terroristas» a los Guardianes de la Revolución y a su facción internacional, la fuerza Al-Qods, que comandaba precisamente Suleiman.

Mientras en correspondencia con el final del acuerdo nuclear, Irán reanudaba sus actividades nucleares, el verano del año pasado registró varios sabotajes de petroleros saudíes y emiratíes en el estrecho de Ormuz, así como ataques, reivindicados por los huthíes yemeníes, contra instalaciones petrolíferas en Arabia Saudí.

Revuelta en Irak

En ese contexto Bagdad y el sur chií se convierten en escenario de un levantamiento popular contra las penurias económicas de un país anegado en petróleo y contra el clientelismo y la corrupción. Las protestas se extienden y ponen en el punto de mira a Irán, que había aprovechado el desastre de la ocupación estadounidense de Irak para convertirlo en un protectorado.

Las proiraníes Fuerzas de Movilización Popular, principales artífices de la derrota militar del califato del Estado islámico en Irak, son la segunda fuerza política del país y han sido integradas –infiltradas en el argot estadounidense– en todo el aparato securitario iraquí.

Desde su posición, se convierten en el último baluarte para sostener al contestado Gobierno de Bagdad. Los manifestantes, desde Basora a la capital pasando por las ciudades santas chiíes de Najaf y Kerbala –sin olvidar Nasiriya–acusan a estas milicias de aportar a los francotiradores que se han cobrado la vida de ciientos de protestantes y de llevar a cabo una guerra sucia en la que han muerto y/o desaparecido decenas y decenas de portavoces de la revuelta.

En un contexto en el que se suceden los asaltos a las legaciones iraníes e Irak se hunde en una crisis política sin precedentes por la negativa del presidente kurdo a nombrar un nuevo primer ministro avalado por la facción proiraní, los acontecimientos se precipitan a final de año y EEUU e Irán, principales actores internacionales en el país árabe, chocan de frente.

El Pentágono acusa a las Brigadas de Hizbullah, integradas en las Fuerzas de Movilización Popular, de varios ataques con morteros contra sus bases y que se saldan con la muerte de un mercenario (contratista). Dos días después, un bombardeo estadounidense mata a 25 milicianos en una base-arsenal en la frontera con Siria.

El último día del año, miles de personas, al grito de «¡Nuestro presidente es Suleiman!», asaltan la macroembajada de EEUU en la Zona Verde de Bagdad, despertando viejos fantasmas en Washington, que no olvida la humillación de la ocupación de su embajada en Teherán en 1979.

Pero Trump y su hoy secretario de Estado, Mike Pompeo, tienen sobre todo en mente el asalto al consulado estadounidense en 2012 en Bengasi (Libia), en el que murió el embajador y otros tres estadounidenses. No en vano utilizaron aquel suceso para cargar contra Obama y, sobre todo, contra su jefa de la diplomacia y a la postre derrotada rival del magnate en las presidenciales de 2016, Hillary Clinton.

Ni Bin Laden ni Al-Bagdhadi

La ejecución extrajudicial de Suleiman se inscribe en un golpe encima de la mesa de Trump. Pero sus consecuencias son imprevisibles. Si las milicias proiraníes buscaban provocar la intervención de EEUU, a fuer que lo han conseguido. Si su objetivo era desviar la atención de Irán, foco creciente de las protestas, y desviarla contra Washington, está por ver si su cálculo era acertado.

La reacción inicial crítica contra EEUU de figuras del chiísmo iraquí como el gran ayatollah al-Sistani, y el clérigo Moqtada al-Sadr, rival político y militar de las milicias proiraníes, apunta a que Trump podría haber abierto la caja de los truenos y a que su órdago podría volverse como un boomerang obligando a Washington a salir en desbandada del país árabe que invadió y ocupó en 2003.

No es descartable, sin embargo, que la pugna Teherán-Washington en Irak, y este último episodio, desate una guerra civil en el interior del mundo chií, y que seguiría cronológicamente a las guerras de chiíes contra suníes y de chiíes contra kurdos, sin olvidar la guerra al ISIS, que han jalonado la desgraciada historia reciente del país.

Efectos más allá

La muerte de Suleiman es, a juicio de no pocos expertos, la más importante operación de «decapitación» jamás perpetrada  por EEUU en el mundo, más allá de las ejecuciones extrajudiciales de Abu Bakr al-Bagdhadi, califa del ISIS, e incluso de Osama Bin Laden, fundador de Al Qaeda.

Por lo que sus repercusiones van a sacudir toda la región, empezando por Líbano, escenario asimismo de una revuelta contra el gobierno, apuntalado asimismo por la histórica milicia-partido chií de Hizbullah. Pasando por Siria, donde el propio Suleiman era uno de los maestros de ceremonia de la ofensiva de Damasco para recuperar, con el apoyo aéreo de Rusia y la miriada de milicias chiíes sobre el terreno, el control, siquiera teórico del país. Y sin olvidar a Yemen, donde los rebeldes huthíes, aliados y armados por Teherán, han clamado venganza, lo que podría terminar por mandar al traste el atisbo de negociaciones de paz con Arabia Saudí. También habrá que estar atentos a las derivadas en Afganistán, con los talibán como el «enemigo del enemigo» de Teherán.

Finalmente, la muerte de Suleiman tendrá asimismo efectos tanto en EEUU, en plena campaña a las presidenciales, como en el propio Irán, en concreto en la pugna entre los sectores principalistas y reformistas de la República Islámica.

Por lo que toca a Washington, las críticas al operativo por parte de los dos precandidatos demócratas favoritos, Joe Biden y Bernie Sanders, certifican, de un lado, que intentarán ahondar en el incumplimiento por parte de Trump de su promesa de retirarse del hervidero de Oriente Medio, y, paradojas, le acusarán de echar más leña al fuego en una región en la que el peso de EEUU es cada vez menor, lo que le obliga a acciones de firmeza que rayan, como toda pasada de frenada, en la desesperación.

Pero tampoco es descartable, o eso es lo que seguro que le ha pasado a Trump y a sus asesores por la cabeza, que esa «firmeza» fortalezca su posición de cara a la reválida de las presidenciales de noviembre y contribuya a hacer piña a su entusiasmado lectorado republicano.

Hablando de hacer piña, el ataque tendrá consecuencias en el propio Irán, donde los sectores principalistas alineados con el ayatollah Ali Jamenei verán reforzadas sus posiciones frente a los reformistas, que fueron los que en 2015 negociaron el ya definitivamente muerto acuerdo nuclear con EEUU. 

 

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