Los actores de esta crisis, los cómplices y los figurantes, cada uno desde sus distintas responsabilidades, se asoman al abismo y les quedan dos opciones: hundirse en él o dar marcha atrás si aún están a tiempo.
A la Rusia de Putin se le está enredando y alargando su campaña, en tierra y en el aire. Y eso pese a su aplastante superioridad. La confirmación de que ha utilizado reclutas, tras filtrarse que algunos de ellos son prisioneros de Ucrania, abunda en la hipótesis de que el Ejército ruso tendría problemas estructurales, de suministros, humanos y materiales, que suple con la peligrosa amenaza de su arsenal nuclear.
Puede optar, eso sí, por dar una patada adelante con bombardeos masivos tras el cierre de los oportunos corredores humanitarios.
A Ucrania le queda la resistencia numantina, y posiblemente perdedora, mientras la OTAN no se implique armando a su maltrecho Ejército y a sus milicias y voluntarios civiles con material militar decisivo, incluso aéreo. Y Rusia amenaza con el Armagedón.
Europa tiembla con las consecuencias del pulso energético y económico que suponen las sanciones. EEUU mira, calcula y juega.
Kiev comienza a asumir que su entrada en la OTAN no es una opción pero exige, como Rusia pero al revés, garantías de seguridad.
China, Israel, Turquía..., cada uno con su agenda y sus intereses, muchos espúreos, ruegan y median para un acuerdo.
Quizás es tarde, pero nunca lo es, salvo para las víctimas de esta guerra en el corazón de Europa. Estas ya han sido y están siendo arrojadas al fondo del abismo. Sea por ellas.
