La riada provocada por el ciclón Daniel que se ha llevado por delante Derna y otras ciudades y pueblos del este de Libia desató una comprensible ola de críticas por inacción y falta de previsión a los dos gobiernos que se disputan el poder en el malogrado país norteafricano.Es indudable que el caos político que sufre Libia desde la caída del coronel Gadafi ha agravado las trágicas consecuencias del desastre «natural».No tardaron en surgir voces, también en Occidente, que cargaban las tintas sobre la responsabilidad de los actuales «gestores» políticos de ese caos, lo que alimentó, a su vez y por inversión, el convencimiento de algunos de que «eso con Gadafi no hubiera pasado».Fue el propio alcalde de Derna quien advirtió la semana pasada que las dos presas que cayeron como piezas de dominó arrastrando todo a su paso llevaban sin labores de mantenimiento desde 2008, tres años antes de que el líder libio fuera derrocado y linchado públicamente con el apoyo de la aviación francesa de su otrora amigo y «protegido» Sarkozy.El pasado fin de semana se ha sabido y se ha publicado (también en este medio) que ambas presas mostraban ya grietas en 1998, en plena Yamahiriya (Estado de las masas), eufemismo político que Gadafi utilizó para intentar perpetuarse y perpetuar a los suyos en el poder. Expertos en este tipo de instalaciones hidraúlicas consultados por los medios estos días aseguran que las presas, construidas por una empresa yugoslava en los setenta con el loable própósito de conjurar anteriores y mortíferas inundaciones, fueron mal concebidas (una seguida de la otra y con Derna como cauce en caso de rotura) y deficientemente ejecutadas y cimentadas.Concediendo incluso que eran otros tiempos en materia de construcción y seguridad, resulta que después de descubrirse las grietas, y tras encargar en el año 2000 un estudio a una empresa italiana que concluyó que era necesario levantar una tercera presa, la Yamarihiya metió el proyecto en un cajón.La región oriental donde se asentaba Derna era hostil a Gadafi y este invertía los mengüantes recursos en su tribu (gadafa) y sus aliados levantando de la nada ciudades como Sirte.Pasaron los años y llegó la «primavera libia» que en 2011 se llevó por delante el régimen.Desde entonces, todos los años se aprobaba una partida para acometer unas obras de reparación que nunca comenzaron. El dinero era desviado aiutomáticamente a «otros menesteres» en un país doblemente desgobernado y donde las milicias imponen su ley.La ira de los supervivientes de Derna hacia las autoridades es poca para lo que se merecen.Pero de ahí a blanquear, nostalgia obliga, la figura de un Gadafi no menos responsable va un salto que solo es posible desde una alta dosis de paternalismo postcolonial. Ese que desde aquí suspira porque los países de la periferia mundial estén gobernador con mano férrea por regímenes que se nos harían insoportables.