Israel vive una deriva que le lleva a perpetrar desmanes impensables incluso en la corta y sangrienta historia del Estado sionista (genocidio de Gaza...) y a tomar decisiones que no solo se saltan a la torera la legalidad internacional sino que le llevarían, si esta fuera vinculante para todos los países, a un callejón sin salida.
La última es la prohibición para operar a la UNRWA (Agencia de Naciones Unidas para la población refugiada de Palestina en Oriente Próximo). Fue creada en 1949 tras la Naqba (catástrofe en árabe), término con el que los palestinos describen su éxodo masivo en la primera guerra árabe-israelí por la fundación de Israel.
La UNRWA nació con el mandato de ayudar a los 750.000 palestinos expulsados entonces de sus casas y diseminados por toda la región de Oriente Medio. Un mandato que persiste y que cubre a día de hoy a los 5,9 millones de supervivientes y descendientes palestinos –con el mismo estatus de refugiados–.
Pero, atención, un mandato que se ciñe a eso, que no es poco (gestiona 58 campos de refugiados, 700 escuelas con 540.000 alumnos, 140 centros de salud con 7 millones de consultas anuales, y suministra alimentos a 1,8 millones de personas), pero que no va más allá.
Porque si la labor de la UNRWA expirara, tal y como ansía Israel, sería la ACNUR, la Agencia de la ONU para los refugiados, la que asumiría el dossier.
Y lesta iría más allá de la asistencia humanitaria y podría exigir a Israel, como responsable de su éxodo, el retorno de todos esos refugiados, lo que el Estado sionista teme como a satán.
No caerá esa breva, menos con un Trump que si pudiera –cuidado– disolveríano la UNRWA (lo intentó) sino la ONU.
Lo que nos lleva, en EEUU y en Israel, a plantearnos si estamos ante una deriva o ante una evolución previsible. ¿Es Trump deriva o consecuencia de un país que nunca hizo una catarsis? Como no la hizo el laborismo sionista israelí. De aquellos
