Dabid Lazkanoiturburu
Dabid Lazkanoiturburu
Nazioartean espezializatutako erredaktorea

Siria, de tregua en tregua hasta la batalla final

Como estaba previsto, Putin y Erdogan anunciaron ayer un nuevo (el enésimo) alto el fuego en Idleb, pero todo apunta a que hemos asistido a una nueva escenificación que ha abierto las puertas de otro paréntesis hasta la victoria, del primero, y la derrota, más o menos disimulada del segundo, final. 

Toda escenificación tiene un punto de pose y otro de necesidad. La necesidad la ha puesto, otra vez, un Erdogan debilitado a nivel interno y abandonado por unos EEUU de Trump que no olvidan ni perdonan sus flirteos con Moscú, y cuya única baza es presionar a una acongojada UE con la espita de los refugiados.

La pose la pone el inquilino del Kremlin, quien mantiene la iniciativa, militar y diplomática, en Siria, y no está dispuesto a renunciar a una victoria que, sin obviar su importancia estratégica para el gigante euroasiático, se ha convertido en una cuestión de prestigio, patriótico y personal.

Rusia y Turquía pueden apelar a los acuerdos de Sochi, que apostaban por instaurar una suerte de status quo en la región. Pero ambos saben que ni uno ni otro pueden, ni quieren, respetar sus compromisos.

Moscú no puede permitir que Idleb y alrededores sigan en manos de una miríada de milicias, mayormente salafo-yihadistas que amenazan no solo a la provincia de Lataquia, bastión alauita del régimen sirio, sino a sus propias bases militares en Siria. Sin olvidar el continuo riesgo para la comunicación por carretera entre la capital política, Damasco, y la económica, Alepo. Para la vertebración, en definitiva, de la llamada «Siria útil», objetivo estratégico del clan gobernante de los Al-Assad.

Turquía tampoco puede, ni quiere cumplir el compromiso de «neutralizar a los terroristas» (léase yihadistas) de estas zonas. No puede, porque a estas alturas es prácticamente imposible trazar la línea que separa a «rebeldes» de «yihadistas». Idleb se ha ido convirtiendo en el último refugio de las milicias antigubernamentales expulsadas de otras partes del país. Un magma en el que predominan los grupos de corte salafista-islamista, fronterizos por principio, y no solo por la solidaridad mutua ante un enemigo común, con los grupos que, como Al Qaeda, preconizan la yihad a escala mundial.

No puede y no quiere, porque la propia Turquía del islamista Erdogan participa de esa complicidad, que ha llegado a ser por momentos proactiva con el yihadismo. Y no quiere porque necesita a todas esas fuerzas, rebeldes, salafistas y yihadistas, para mantener su pica neotomana en el norte de Siria. 

Tal y como ocurrió en diciembre -y antes en abril-, cuando el Ejército sirio lanzó la penúltima ofensiva contra Idleb, con el preceptivo permiso de Moscú, todos saben que la ruptura del alto el fuego es cuestión de tiempo, de pose y de necesidad

 

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