Dabid Lazkanoiturburu
Dabid Lazkanoiturburu
Nazioartean espezializatutako erredaktorea

Trump como síntoma

Medio mundo asiste aterrado a la catarata de decretos, a cuál más histriónico, que firma compulsivamente el presidente Trump.

Y decimos medio porque la mitad del electorado estadounidense asiste entusiasmada al desembarco como elefante en cacharrería del magnate neyorkino. Y porque no falta en el mundo mucha gente que observa divertida cómo esa suerte de Nerón teñido de rubio no tiene empacho alguno en incendiar un imperio, USA, que tanto daño ha generado a tantos  y tantos pueblos desde su más que supuesta superioridad moral.

Hace unos meses, en una terraza de verano del progre barrio madrileño de Lavapiés, escuché incrédulo una conversación de un grupo de jóvenes desenvueltos, algunos de ellos, primera impresión, orgullosos de no ser ni hombres ni mujeres como los cataloga el propio Trump, mostrar su esperanza en su victoria en las elecciones de noviembre. «Este por lo menos no declarará guerras», sostenían en un consenso del que nadie se salía.

Me asegura mi hijo que aquí, entre nosotros y «no en desiertos lejanos», que diría Aznar, hay jóvenes que no dudan en alabar al inquilino de la Casa Blanca como un ariete contra las élites y la casta.

Uno ya no sabe si es el viejo y errado lema del «cuanto peor mejor» o es esa inconsciencia que lleva aparejada el nihilismo que recorre, cual jinete del Apocalipsis, nuestra era.

No son conscientes de que antes de que Trump acabe con el imperio quemará el resto del mundo, pero con ellos dentro.

¿A qué ese harakiri? Puestos a buscar explicación, me atrevo a sugerir que mucha gente, del Norte y del Sur global, está harta de la debilidad de los que se presentan como los adalides de la democracia.

¿De verdad que no eran suficientes cuatro años para enterrar en el vertedero de la historia, y de paso encerrar en una celda, a un tipejo como Trump?

¿Qué ha hecho el presidente saliente, Joe Biden, aparte de copiar en el último año de su fugaz mandato su xenofobia contra la inmigración y pedir a Netanyahu con la boca pequeña que diera un poco de ayuda humanitaria a los gazatíes mientras los mataba desde el aire?

Lo mismo se puede decir del liderazgo de la UE. ¿Macron, Scholz? Sonaría gracioso si no fuera trágico.

Trump, y otros de su calaña, como síntoma. De una debilidad existencial.

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