Texto y fotos: Juanma Costoya

Hugo Pratt y Hermann Hesse, dos hombres y un destino: Suiza

Pratt y Hesse vivieron en Suiza la etapa final de sus vidas. La admiración del dibujante italiano por el escritor alemán le llevó a convertirle en un personaje de ficción de la mano del marino Corto Maltés. Una ruta en tren, barco y a pie conecta sus residencias en Grandvaux y Montagnola.

Estatua de Corto Malltés en la plaza Hugo Pratt.
Estatua de Corto Malltés en la plaza Hugo Pratt. (Juanma COSTOYA)

En 1990, cuando en el rostro de Hugo Pratt comenzaban a aparecer ecos de la enfermedad que lo devastaría en pocos años, el creador de Corto Maltés declaró en una entrevista televisada que aún esperaba tener fuerzas para acudir a una cita en el archipiélago de Samoa. Allí lo esperaba desde 1894 la tumba de Robert Louis Stevenson.

La proyectada peregrinación de Pratt hasta ese rincón del océano Pacífico estaba concebida como un homenaje al escritor escocés cuya influencia puede rastrearse en muchas de las obras del dibujante e historietista italiano.

No fue un ejemplo aislado de influencia literaria en la obra y hasta en la vida del veneciano de adopción bautizado como Ugo Prat y nacido en Rímini en 1927. Otros escritores, Conrad, Hemingway, Borges, Hesse... proyectaron su larga sombra en las viñetas de Corto Maltés, su creación más reconocida.

En este sentido el ejemplo más acabado de todos es el de Hermann Hesse. El escritor alemán fue convertido en personaje del cómic ‘Las Helvéticas’ recibiendo en su casa de Montagnola, frente a Lugano, en la Suiza de habla italiana, a un Corto Maltés abducido por la tradición hermética. Pratt rendía así homenaje a uno de sus maestros literarios con el que compartió también país de adopción: Suiza.

Grandvaux

Después de recorrer el mundo y vivir en Buenos Aires, Venecia, Londres y París, Hugo Pratt instaló su hogar en Suiza. Eligió una aldea, Grandvaux, ubicada en una colina rodeada de viñedos que se asoman a la inmensidad del lago Lemán.

En sus últimos años al autor de Corto Maltés le gustaba recorrer andando los escasos metros que separaban su casa del viejo campanario de la aldea. En los días soleados no era raro encontrarle sentado a la sombra contemplando la orilla sur del Lemán vigilada por enormes picos que hunden sus geometrías en el lago. En los días luminosos del otoño el lugar transmite una sensación de calma y beatitud, una atmósfera dorada rodeada de tonos pastel propicia a la introspección en la que no es difícil imaginar al autor de Corto Maltés, la mirada perdida frente al lago, con las fuerzas ya menguadas pero viajando con la memoria por las geografías que dibujó en sus obras: la selva amazónica, Etiopía, Siberia o las islas del Pacífico.

Desde entonces la aldea de Grandvaux parece haber cambiado poco. La respetabilidad burguesa y el gusto suizo por el anonimato son aquí norma. Sin embargo, el autor de Corto Maltés dejó su huella. Para empezar en el banco en que solía sentarse, frente al campanario, y que ahora exhibe en una esquina su perfil dibujado en hierro. Muy cerca, un pequeño espacio geométrico rodeado de flores se ve culminado por la estatua de Corto Maltés, la cabeza erguida bajo su característica gorra, su chaquetón marinero flotando al viento. La estatua es obra de Livio Benedetti, amigo de Pratt y representa a su personaje más emblemático de una forma juvenil, soñadora, casi etérea.

En general, acuden a Grandvaux dos clases diferenciadas de visitantes. Los que descienden de un autobús y recorren la aldea en grupo suelen llegar hasta aquí motivados por el turismo enológico. Un perfil diferente lo ofrecen algunos solitarios de mediana edad o en pareja. Estos últimos son los que traspasan la verja del cementerio del pueblo y se recogen unos instantes ante la lápida de granito sin epitafio bajo la que yacen los restos del dibujante.

Rodeando su nombre y las fechas de nacimiento y defunción (1927-1995) manos anónimas han dispuesto guijarros y conchas hasta formar un corazón. No falta en un lateral un cubo en el que se recogen las docenas de lápices y rotuladores dejados por los admiradores de su obra huérfanos de nuevas aventuras salidas de las manos de Hugo Pratt.

Lugano

El camino que en Suiza va desde Hugo Pratt hasta Hermann Hesse supone trasladarse desde Grandvaux, en la Suiza francófona, hasta Montagnola, en la comunidad helvética de habla italiana. Haciendo virtud del rodeo puede seguirse un itinerario ferroviario que una las dos comunidades y que permita admirar alguno de los más bellos paisajes del país alpino. De la francófona Lausanne a la germánica Lucerna el paisaje no varía en exceso.

Cierto que la pradera sustituye a los viñedos y que la atmósfera casi marina del Lemán muta en colinas verdes y ondulantes. La estación central de Lucerna se ubica casi en la orilla del lago de los cuatro cantones, otro mar interior que ofrece a la capital del norte de Suiza el espejismo de ser un puerto.

Desde allí parten los estilizados vapores que alcanzan la última parada, Flüelen, tras más de dos horas de navegación por una superficie líquida, plana como un espejo, en el que se reflejan imponentes montañas.

En una preparada puesta en escena que rinde homenaje a la eficiencia y puntualidad suizas el barco ultima su maniobra de atraque al tiempo que los pasajeros que tienen como destino Lugano ven, desde la cubierta, como su tren se aproxima al andén anexo. El tren panorámico que los conducirá a la capital del Tesino lleva el nombre de Gothard Express en referencia al histórico paso de montaña de San Gotardo. Lugano, con su aire meridional y su lago encajonado entre montañas, tardará poco en aparecer.

Montagnola

Desde Lugano a Montagnola, localidad en la que fijó su residencia Hermann Hesse en 1919, hay un breve trayecto en autobús urbano. Teniendo en cuenta la afición a las caminatas del escritor alemán nacionalizado suizo una buena forma de llegar hasta el que fuera su hogar es a pie. En poco más de una hora se puede alcanzar el distrito Collina d'Oro. Allí se levanta Casa Camuzzi, una edificación singular construida en 1853. Es en este lugar donde la imaginación de Hugo Pratt proyectó la visita de Corto Maltés a Hesse.

Unos años más tarde otra gente, esta vez real, visitarían su hogar. Refugiados de la guerra y del nazismo encontraron aquí cobijo y su casa funcionó como una oficina desde la que se gestionaban visados, billetes de tren, permisos de trabajo y direcciones de acogida.

Hermann Hesse, convertido al pacifismo a bocajarro tras la traumática experiencia de la primera guerra mundial, estudió la espiritualidad y el misticismo oriental es este lugar. Hoy día el museo que acoge su legado se ubica en una casa anexa. En su interior el visitante puede hacerse una idea de los variados intereses del escritor y activista.

La lectura, la escritura y el estudio en primer lugar pero también el dibujo y las acuarelas sin olvidar su gusto por el vino y las reuniones con sus amigos. Hesse, el escritor que evitaba comparecer en público y que se negaba a autografiar sus obras, no reconocería hoy las boscosas colinas por las que paseaba sin tregua. La expansión urbanística de Lugano ha absorbido Montagnola pero las obras de Hermann Hesse siguen reeditándose.

El Nobel de 1946 ha ido renovando a sus lectores sin cesar. Sus obras ‘Siddhartha’ y ‘El lobo estepario’ fueron evangelios para una juventud europea que volvió sus ojos a oriente anhelando respuestas. Si intuyó su influencia posterior, desde luego, lo que jamás pudo imaginar fue que un dibujante genial lo convertiría en personaje de un cómic y que su interlocutor ficticio habría de ser un aventurero apátrida, romántico y enamorado de los libros. En el fondo su alter ego: un lobo estepario con pendiente en la oreja y gorra de marino.