Kepa Arbizu

Riot Grrrl: El chillido empoderado

La reciente aparición del libro «Chica=Tonta, Chica=Mala, Chica=Débil» (Orciny Press y Uterzine, 2022), de Laura Sagaz, revive a través de sus hojas el espíritu de un movimiento musical, efímero pero referencial, que aunó en su naturaleza el carácter feminista y anticapitalista.

Las Bikini Kill, grupo del movimiento Riot Grrrl de los 90.
Las Bikini Kill, grupo del movimiento Riot Grrrl de los 90. (NAIZ)

La década de los noventa resultó una época especialmente fértil en el surgimiento de variadas escenas alrededor del ámbito del rock, en la acepción más extensiva del término. Si bien muchas de ellas invocaban a géneros pretéritos, su rúbrica contemporánea resultó inequívoca. Desde la resurrección a través del Brit-pop del poder melódico hasta propuestas mucho más contundentes en sus formas como la poliédrica revisión del punk, manifestada por una pléyade de bandas (Green Day, The Offspring, NOFX...) en torno al área californiano, o por supuesto la estruendosa aparición del grunge, instaurando iconos populares del calado de Kurt Cobain, configuraban un novedoso puzzle que además conseguía alcanzar la difícil tarea de llamar en paralelo la atención de los medios, no solo especializados, y de grandes masas de oyentes. Más allá de ese punto en común, existía otro todavía más relevante pero llamado históricamente a pasar desapercibido: la práctica inexistencia de representantes femeninas de trascendencia en todo ello.

Una realidad que empujó a que muchas mujeres plantaran cara a ese ominoso déficit desacatando ciertos roles que parecían indisolubles a ellas y que les posicionaban como meras acompañantes siempre al rebufo del perfil masculino y dominante. Exigían su justa cuota de representatividad dentro de ese hervidero en que muchas metrópolis se estaban convirtiendo y la querían ya. La respuesta más enérgica y organizada recayó en el nacimiento de una nueva escena que, con su epicentro en Olympia, capital del estado estadounidense de Washington, pero con clara vocación expansionista, se bautizaba con un nombre tan rotundo como significativo: Riot Grrrl.

Al igual que cualquier otro brote creativo nacido a lo largo de la historia, su germinación presenta ciertos antecedentes que, de manera más o menos consciente, posibilitaron su floración. Nombres como Joan Jett, Patti Smith, o las más cercanas en cuanto a planteamientos musicales, Gaye Advert (The Adverts) o Poison Ivy (The Cramps) representaban un claro ejemplo de la capacidad, alejada además de estigmatizaciones en cuanto a sus maneras, para focalizar la atención sobre ellas mismas. Pero si al entramado sonoro al que se iban a adherir estas nuevas airadas representantes era, mayormente, el punk y el hardcore, también se valieron de su idiosincrasia, retomando su manual de agitación, basado en los fanzines como medio de difusión y  asumiendo el mandamiento vital y creativo del ‘Hazlo tú mismo / Do It Yourself’, sin renunciar por supuesto a ese híbrido entre activismo y arte que ya habían enarbolado colectivos como las Guerrilla Girls.

A pesar de que su recorrido adoleció de una extensión cronológica considerable (pocos fueron los casos que consiguieron atravesar el siglo en activo), su relevancia destacó más por el poder liberador y ejemplarizante que por entregar un legado medido al peso, como demuestra el hecho de que treinta años después sigan siendo el copioso alimento del muy interesante -sobre todo en sus aportaciones sociológicas y filosóficas-libro, originalmente presentado como tesis doctoral,  ‘Chica=Tonta, Chica=Mala, Chica=Débil’, de Laura Sagaz, que consigue de nuevo prender con su contenido una llama que, lejos de sentirse apagada, conviene ser azuzada constantemente y más en tiempos como el actual donde la lucha entre la recesión de derechos y el impulso emancipador mantienen una dura pugna.

Origen y puesta de largo

Teniendo el formato del fanzine como uno de los canales de agitación predilecto, no es extraño que el alumbramiento de dicha escena se produjera entre pasquines y hojas grapadas, como el llevado a cabo por Tobi Vail, ‘Jigsaw’, punto de encuentro de pensamientos propios y reflexiones tomadas de ilustres luchadoras como Angela Davis. Fueron sus potentes y apasionadas diatribas las que atrajeron tanto a Kathleen Hanna,  por aquel entonces encargada de una galería de arte mientras colaboraba en asociaciones de víctimas de la violencia doméstica y con la que acabaría formando la seminal banda Bikini Kill y su consiguiente panfleto, como a la formación Bratmobile, también involucrada en esa doble vertiente musical y activista. Lazos de amistad y combate que condujeron en 1991 al lanzamiento de un manifiesto que ponía fecha de inicio a un movimiento que en todo momento pretendió tejer una tupida red de sororidad entre las involucradas.

Una vez fechada la concepción de un torbellino que poco a poco iba incrementando su fuerza y expansión, su puesta de largo tendría lugar en el International Pop Underground Convention, evento que sirvió para, más allá de confirmar su escenificación, ofrecer toda una demostración de músculo. Un reguero de grupos que ajenos a cualquier tipo de jerarquía o encorsetamiento (no es casualidad que uno de los sellos que iba a editar muchos de sus discos se llamara Kill Rock Stars) agrandaría su nómina de representantes, sumando a los ya mencionados otros como 7 Year Bitch, Babes in Toyland o Sleater-Kinney, sin importar la procedencia, algunos instaladas incluso en el Reino Unido (Huggy Bear ),  ni su ligazón a colectivos concretos igualmente marginados como el queer (Team Dresch). Su verdadera y exclusiva hermandad residía en la actitud por expresar con rudeza y sin edulcorantes temas como la violación, las tóxicas relaciones de pareja, el arrinconamiento cotidiano y otras tantas vicisitudes cantadas por y para las mujeres, sin dejar nunca de lado, por supuesto, otras reivindicaciones globales.

Surgidas bajo un eléctrico y ruidoso esplendor, con igual furor se desvaneció una representación que en realidad siempre estuvo por debajo de la de coetáneos masculinos, lo que no impide que sea digna de mención, tanto por himnos ya universales como ‘Rebel Girl’ o trabajos de directo y abrasivo carácter, entre los que se pueden destacar ‘Yeah Yeah Yeah Yeah’, ‘Bricks Are Heavy’, ‘Call The Doctor’ o ‘Personal Best’. Pero seguramente su verdadera importancia radique, al igual que el profundo trabajo contenido en el libro mencionado de Laura Sagaz, en su determinación por intentar derribar ese dique, aunque magullado todavía erguido, que arrincona a cualquiera que no claudique frente en los cánones establecidos por el poder masculino.

Su guerra posiblemente (no olvidemos su vinculación a un género que tenia el ‘No Future’ como uno de sus máximos eslóganes) no pretendía alcanzar metas inmediatas, algo por desgracia casi imposible de aspirar, pero entre sus logros sí hay que reconocerles el de presentar a la mujer como protagonista, y al igual que la intelectual Mary Beard considera indispensable para el desarrollo femenino en el ámbito artístico la aparición de referentes en las que reflejarse, las Riot Grrrl ocuparon por méritos propios  un espacio en las hojas de una historia que tiende a escribirse bajo trazos varoniles. Desempolvar su música, escritos y mensaje no es sino la representación de una inexcusable necesidad de demostrar que los escenarios y los focos, ya sean de la música o de la  vida, no deben permanecer apagados para más de la mitad de la población.